Familia de alta mar

por Marisa Rubio

dibujo por Leo Estol

Martes 12 de julio de 2022
Luis viene mirando la meteorología con insistencia, esperando el viento sur, mientras nosotros intentamos disfrutar de cada minuto en tierra. Tenemos en mente ir subiendo por etapas, pero no estoy del todo convencida de que sea el momento. Me es difícil comprenderlo y, por ende, hacérselo saber a él, que ultima detalles en la cubierta mientras guardo los objetos sueltos dentro del barco. Tenemos la intención de llegar cuanto antes a lazona de Angra dos Reis en busca del calor, pero por algún motivo que desconozco siento una pesadumbre desconcertante. ¿Será el cansancio acumulado por los días de insomnio? ¿La resaca crónica? ¿La falta de costumbre de no instalarnos en ningún lado? Se da una especie de desconexión inesperada entre nosotros.
Zarpamos de Porto Belo rumbo a San Francisco do Sul sin debatirlo demasiado, esta vez serán dos días de viaje. Apenas terminamos de salir a mar abierto notamos que el viento que nos lleva viene acompañado de una marejada que nos recuerda lo mal que la pasaron los chicos durante la última travesía de varios días. Luis no sabe qué hacer, yo no sé qué pensar. Nuestra comunicación está ensombrecida por un fastidio que no podemos explicarnos, intentamos mantenernos dentro de los parámetros del diálogo pero terminamos peleándonos. Luis diciéndome que para salir tenemos que salir todos, enteramente, de cuerpo y alma, yo pensando en que debería ser más precisa en relación a este tipo de decisiones, aunque ni para mí está siendo claro.

A esta altura del trayecto ya no es posible volver, el viento es muy fuerte y lo tendríamos en contra, lo que sumado a las olas daría por resultado una serie de disgustos innecesarios. Enojados y en silencio soportamos el zarandeo de las olas, las velas hinchadas y el continuo subir y bajar intentando mantenernos a la altura de la situación. Y viendo que no es posible entendernos, decidimos dejar todo en manos de lo inmediato. Fijamos rumbo y, sin más, nos aborda una ola de popa que sacude el barco y nos moja hasta las rodillas. No hace falta ningún comentario, cambiamos rumbo hacia el lugar más cercano donde poder esperar una nueva ventana.

Sábado 16 de julio de 2022
Estamos fondeados hace cuatro días en la bahía de Itajaí al lado del velero oceanográfico de la universidad, donde los barbudos estudiantes se reúnen y festejan hasta tarde diariamente. Desde la cubierta podemos ver el puerto, los clubes náuticos, la costa. Una ciudad dividida en dos, desplegándose turísticamente sobre la zona costera por un lado y por el otro creciendo con sus faenas locales hacia las sierras. Vamos y venimos por la Avenida Konder codeándonos con los lugareños que salen a disfrutar del día de sol. Bandadas de adolescentes, familias vestidas para la ocasión, locales y puestitos nutriendo constantemente a grandes y chicos con sus comidas rápidas y olorosas. Bicicletas, carritos con bebés, golosinas, gritos, risas, música que varía de un puesto a otro transportándonos como si fuesen lianas.
Nos acomodamos al entorno. Pasamos los días de bar en bar. Plazas y helados. Por las noches, los chicos participan de subir y bajar por las rampas de skaters con sus monopatines entre otros chicos más grandes y veloces, que vuelan sobre los bordes del circuito esquivándolos felizmente.

Martes 19 de julio de 2022
Hace dos días zarpamos de Itajaí rumbo a Ilhabela. Como era previsible el viaje es duro, penoso. Toto sin poder comer ni beber nada durante dos días interminables, nosotros cuestionándonos si seguir o no navegando, sintiéndonos tan miserables. Afortunadamente esta vez Nico se encuentra bien, juega solo, espera.
Cuando llegamos, poco antes de que oscurezca, nos dirigimos directamente hacia el Iate Clube, donde Gabi y Gardelón nos habían comentado que tenían cuatro días de cortesía. Apenas amarramos el barco a una boya Toto recupera el ánimo y el apetito, por lo que decidimos bajar a comer y distraernos un poco. Al desembarcar nos informan que llegamos justo al inicio de la Semana de la Vela, un evento que reúne una cantidad de gente inusitada en el pueblo y numerosas lanchas y veleros en las zonas cercanas a los muelles. Algo semejante a un hormiguero, enero en alguna ciudad balnearia de Buenos Aires. También nos explican que no podemos usar las boyas durante estos días pero, al vernos con los chicos, nos invitan a fondearnos por la zona.

Miércoles 20 de julio de 2022
Como estamos fondeados entre las boyas del Iate Clube de Ilhabela, tenemos un pase para poder dejar amarrado el bote en los muelles del club, cuando bajamos a tierra. Entre el muelle donde dejamos el bote y la salida están las instalaciones del club, las que podemos utilizar gracias al pase.
Mientras nos tomamos un cóctel en el bar del club miramos correr a los chicos en una isla de juegos. Detrás de esa isla, vallada durante la Semana de la Vela, está el salón donde acontece la reunión inaugural del evento. Abuelos de la náutica sentados en sillones viendo desfilar delante suyo a los grupos de regatistas que largarán pasado mañana. Algunos les hablan con sus cervezas de auspicio en la mano, desde lo alto. Los abuelos se iluminan. Sonríen interminablemente, rememorando viejos tiempos, contentos por el reconocimiento. Del bar pasamos a sentarnos en unos canteritos que hay justo en frente del espacio de juegos. Estamos cerca de donde pasa la gente desde la zona del club a la zona del evento. El vallado, después de que los de seguridad vuelven a acercar varias veces los pequeños obstáculos desplazados por las personas que van y vienen, finalmente queda corrido, permitiendo el paso. Para no interrumpir los juegos de los chicos, nos vamos turnando con Luis en nuestras visitas furtivas al evento. En cada vuelta una cerveza. Finalmente, toda la familia participa de la fiesta. Terminamos tan borrachos y contentos como gran parte de los invitados.

Jueves 21 de julio de 2022
Impresiones del evento:
•      Las sonrisas casi de sorpresa de los abuelos de la náutica mirando desfilar a los
deportistas, que lucen sus chombas distintivas;
•      Las chicas con las que hablo en uno de mis ingresos furtivos, unas de las pocas
mujeres de la velada. Responsables de los stands de distintos sponsors, me dicen
que trabajar el día entero para ese evento exclusivo para hombres es un acto
feminista;
•      Una canoa tradicional de madera ahuecada desbordante de hielo y cervezas;
•      Las charlas heroicas entre los grupos de regatistas. Exceso de tecnicismos,
ausencia de mujeres;
•      La chica reconocida mundialmente por ser medalla olímpica. Sonríe. Agradece los
saludos. Brilla;
•      Nosotros, una familia en un velero, ese velero, en medio de la Semana de la Vela. La desmitificación de la náutica, según Enrique.

Un día entero dedicado a palear una resaca apocalíptica. Por la noche, cenando en un barcito del centro, una cerveza que nos sirve de antídoto. Para festejar nuestra recuperación caminamos hacia una plaza llena de arena y juegos a orillas del mar. Noche de luna, el sonido de las olas, los chicos corriendo regatas con sus veleritos improvisados mientras nosotros flotamos como zombis en la atmósfera festiva.

Viernes 22 de julio de 2022
Después de la escuelita por la mañana nos preparamos para ir a ver la largada. Cuando estamos desembarcando del Vito Dumas, un hombre entrado en cervezas desde su lancha
nos grita que prefiere este explorador a todos los veleros de regata. Se ríe, acelera blandiendo su latón y nos deja bamboleándonos en nuestro bote inflable que
afortunadamente aún está amarrado al barco.
Flotamos entre otros botes y lanchas por detrás de la balsa desde donde van a bajar las banderas de largada. Sobre la balsa, dos hombres y una flamante camioneta cuatro por
cuatro que ocupa todo el lugar. Flotan y esperan. Esbeltos veleros de velas negras se amuchan detrás de una línea imaginaria. Luis emocionado, los chicos radiantes. Pasa por
delante de la balsa un soberbio yate negro, enorme, espejado, y se escuchan gritos y silbidos desde la orilla. Los hombres de la balsa haciendo señas con los brazos, soplando
sus silbatos. El yate interrumpiendo la largada, estorbando la salida de los veleros. Termina de pasar y hay un silencio expectante. Largan. Todos navegan hacia el lado de la costa, donde grandes grupos de personas miran y saludan. Las velas inclinadas por el viento, esquivando lanchas, botes, motos de agua, yates. Cuando se alejan lo suficiente larga una segunda categoría. Barcos clásicos de madera, solemnes, pesados. Después, una tercera categoría, el resto de los veleros, de distintos tipos, tamaños y tripulaciones. 
En el club, un panel con recortes de diarios donde se recuerdan las medallas obtenidas en diferentes años por el Iate Clube para esa regata. Debajo de la única foto que incluye a una mujer leo el titular: “Também é possível ter sorte com uma mulher a bordo”.

Lunes 25 de julio de 2022
Zarpamos de Ilhabela rumbo a Ilha Anchieta, un viaje corto con poco viento. Los chicos duermen gran parte del trayecto. El mar sin olas con varios pesqueros, los vemos a lo lejos, por babor, con sus sombreros de aves revoloteando al sol. Cuando llegamos nos encontramos rodeados de agua muy cristalina, por momentos de color
turquesa. Bajamos enseguida y nos acercamos a la orilla en el bote. En Ilhabela Luis y los chicos se habían metido varias veces al mar, pero el agua estaba todavía fría. Después de varios intentos me zambullo por primera vez de la mano de Nico y jugamos los cuatro a barrenar pequeñísimas olas. Enseguida tienen frío y quieren salir, yo me quedo un rato más y los veo desde el agua caminar por la playa, van a ver a un grupo de carpinchos quedescansa al sol. Del otro lado, el Vito Dumas anclado. Más lejos, como puntitos movedizos, un grupo de gente que habrá llegado temprano sube a una lancha heladeritas, sombrillas, reposeras, niños. Se están yendo.

Martes 26 de julio de 2022
Con la llegada a Ilhabela comenzamos una nueva etapa del viaje: fueron días de trabajo y veraneo. En cambio, la llegada a Ilha Anchieta nos trajo la sospecha de estar empezando a habitar una nueva forma de vida. Pequeñas rutinas domésticas marcan el comienzo del día acompañadas de un cierto vínculo con los hábitos cotidianos tal como solíamos experimentarlos, el resto lo dedicamos a incursionar. En la isla encontramos una pequeña playita con un chorro de agua dulce donde nos abastecemos y lavamos ropa. Al lado del pequeño chorrillo un grupo de piedras grandes forman un acuario natural, donde los chicos juegan a los exploradores mientras vamos y venimos con baldes, llevando lo que ya está listo al barco. Estamos a algunos metros del Vito, que se mece festivo bajo el sol con la ropa flameando por todos lados como banderines de colores.
Por las noches nos sentimos arrullados por el mar como en una cuna gigante. Nos movemos de un lado a otro, los cuerpos balanceándose en las cuchetas. Me levanto para ver cómo están los chicos y los miro dormir bajo la luz de la luna llena, que entra por uno de los tambuchos de la carroza. Salgo y desde la cubierta el paisaje parece de fantasía, inmovilizado por esa luz que cambia las formas, el chorrillo brillando como único movimiento, los sonidos profundos del mato, el aroma, la frescura húmeda, penetrante, alucinógena.