Era el cielo
por Piro Jaramillo
Mariana López ha establecido una conexión especial con el cielo. Es lo primero que aparece cuando uno abre las páginas de su libro Museo (N Direcciones, 2018), basado en una investigación que hizo la artista sobre el Museo de La Plata y cuyo resultado es una especie de cut up poético e historiográfico en torno a la vasta colección del museo emblema de las ciencias naturales en Argentina.
El primer apartado se titula justamente así, “El cielo”, y está escrito a partir de artículos sobre astronomía de los pueblos aborígenes: los matacos ven en en la Vía Láctea un río de barro, para los chiriguanos los meteoros son excrementos de las estrellas, y así.
El mismo año que salió su libro sobre el cielo también se proyectaron los colores infernales de un incendio que terminaría haciendo desaparecer un tesoro: el del Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro. Como si la eterna pugna entre las fuerzas del cielo y el infierno hubiese encontrado en esa institución un campo de batalla ideal para desplegarse.
La artista no parece estar involucrada directamente en esa pelea, aunque tampoco la esquiva. “Espero del arte contemporáneo que produzca una tensión”, dice a El Flasherito. “¿No es la tensión lo más efectivo a la hora de generar algo?”.
El título de su última obra, Frontera -exhibida en la galería Mite entre mayo y junio pasados-, es una afirmación contundente de esa expectativa. Mariana López no recorre esa incógnita por el camino de la política. Como artista, lo que ofrece es una “respuesta” estética: en las nubes pintadas con acrílico sobre cintas transportadoras engrampadas al techo puede verse la misma inquietud que moviliza a cualquier artista desde el origen del mundo.
“Me pareció más interesante no representar el límite como un trazo fuerte que en definitiva genera una separación, sino tratar de aprehender algo mucho más lábil, más móvil y más mutable”, explica en el texto que acompaña su última obra. Para Mariana las nubes son entidades que “muestran una idea de arte entre lo abstracto y lo figurativo, como si ellas imaginariamente estuvieran en el lugar del origen de las formas”.
Ver esas nubes montadas en el techo de una galería también permite pensar de nuevo otra zona de tensión: la relación entre los artistas, los museos y otros dispositivos de exhibición. Y también en la continuidad de los motivos y las emociones: uno puede mirar ese cielo movedizo con la misma perplejidad que suscitan, por ejemplo, los cielos agitados en las pinturas de Turner.
Su inquietud en torno a la frontera está lejos de haberse extinguido: en este momento trabaja en otro libro en torno a la zona limítrofe que une (“y al mismo tiempo, separa”) Argentina y Chile. Una zona que, como sostiene, es “motivo de tensiones y de conflictos simbólicos e incluso de encuentros bélicos, y que en definitiva termina produciendo el acto primitivo, fundacional de la actividad artística y de la escritura: el trazado de una línea”.