El último pantano

por Antolín Olgiatti

Cuando era chico vi un chiste en Los Simpsons que no entendí para nada. Siempre pensé que era un chiste más bien interno, entre los propios guionistas, que no estaba hecho para la audiencia grande de Fox (lo que no hace más que confirmar las muchas dimensiones que tiene ese programa). El chiste es así: comienza con un plano extendido de la sala de videojuegos de Springfield, llena de niños como lo estaban en los 80’s y 90’s, hasta llegar a un rincón poco concurrido, casi abandonado, en donde se ve al solitario Martin (el niño prodigio y acosado nerd del colegio) frente a un videojuego llamado “Mi cena con André”. Obviamente entendía que se trataba del videojuego más aburrido de la historia (sobretodo para un niño de 10 años) pero no sabía a qué película hacía referencia ni quién era André.
Casi 30 años después de ese capítulo, la plataforma de películas online Mubi (de acceso gratuito durante la cuarentena por la promoción de una marca de cerveza) subió a su cartelera esa misma película. ¿Por fin tendría edad para entender el chiste? ¿Por fin me volví tan aburrido como para disfrutar de la película más aburrida de la historia? Durante todo el mes Mubi había hecho una retrospectiva de Louis Malle, un director que tampoco conocía muy bien, pero que me maravilló. Sus películas me asombraron, me divirtieron, me hicieron pensar en mí mismo de otra manera, algunas me hicieron dormir pero eso también fue bueno. Vi todas las que subieron hasta llegar a Mi cena con André (1981) y me sorprendí al saber que también era de Malle, un director que para nada me parecía aburrido, si no todo lo contrario, sorprendente en todos los sentidos.

El argumento: Wallace, un actor y dramaturgo treinteañero, resignado a un éxito moderado y una vida rutinaria, se junta a cenar con André, un viejo colega del ambiente teatral, en un restaurante de Nueva York. Lo que no sabe es que esa cena le hará cambiar su visión de la cosas. Dos horas de conversación fluida sin pausa, sólo ellos dos en escena (y el mozo cuando trae algún plato). Si bien los personajes no se mueven de sus sillas, uno cree haber viajado con ellos por mundos increíbles, por el Tíbet, el Sahara, los bosques de Polonia y los sucios callejones neoyorkinos. Wally y André van contándose múltiples experiencias personales que los llevan a reflexionar sobre el arte y la naturaleza de la vida. El guión fue escrito por los mismos actores (Wallace Shaw y André Gregory) y, aunque negaran estar interpretándose a ellos mismos, los hechos tienen mucha relación con la historia de sus vidas.

Tuve que pausar la película varias veces para asimilar conceptos y anotar algunas frases, meditaciones e ideas que surgían durante la charla:

  • Sentir que estás vivo es estar conectado también con la muerte. Van de la mano.
  • La comodidad puede llegar a atontarte. Entrás en un mundo de fantasía. Y te olvidas de lo que realmente querés o necesitás.
  • Creés que sos buena persona porque sos simpático con tu círculo de amistades, pero si tuvieras que trabajar todos los días con una persona que de verdad sufre necesidades, te sentirías mal, te sentirías una mala persona. Por eso simplemente los eliminas de tu percepción.
  • ¿Por qué siempre decimos que nos iremos de esta ciudad y nunca nos vamos? Porque vivimos dormidos en nuestra propia cárcel, la ciudad es nuestro propio campo de concentración. Escapá antes de que sea demasiado tarde. Hay que desenmascarar la fantasía de la ciudad, el modo zombie de los que la habitan.
  • Se está borrando la memoria histórica. Muy pronto sólo quedarán robots sin pensamiento ni sentimiento. Y no habrá nadie para recordarles que existió el ser humano. ¿Cómo mantener viva la luz, la cultura, la emoción?
  • La poesía nos conecta con las cosas, como la abeja movediza nos lleva a la miel. Es un lenguaje mágico y verdadero. Nos reanima, aunque nos vuelva vulnerables.
  • Si las cosas que hacés te hacen sentir muerto por dentro, entonces tenés que salir a la carretera, como Kerouac, tenés que convertirte en vagabundo.

Todo esto es imposible de pensar separado del contexto actual de pandemia, una pausa inaudita de las actividades del mundo que nos lleva (los que tenemos ese privilegio) a revisar nuestros hábitos sociales, económicos y sentimentales. Además, a propósito del contexto escénico de la película (el restaurante), pienso: ¿cuándo podremos volver a compartir una cena, un café o una cerveza con alguien?

¿Qué pasará con los bares, esos pantanos de la selva, la última oferta de la eternidad, como decía Enrique Symns en la canción de 2 Minutos? ¿Qué lugar más insalubre que los bares o cafés a la vista de esta futura nueva normalidad, lugares hechos para el roce, para el diálogo, para los debates a viva voz? Es cierto que en la ciudad ya no quedaban muchos espacios para deambular, para la deriva, pocos abismos para invadir y ocupar. ¿Y qué lugares quedarán después de esto? ¿Dónde estará la nueva bohemia? ¿Existirá la nueva bohemia? Llegó el momento de saber quiénes queremos ser de ahora en adelante, pero ¿podremos ser quienes queremos ser?

Muchas preguntas. Prefiero volver al chiste de los Simpsons, que ahora toma otra dimensión, más profunda. Sí, ahora por fin puedo disfrutar plenamente del chiste, reírme de nuestras ambiciones metafísicas, reírme del arte de vivir en un mundo dañado. Me río de la humanidad, como Nelson: Ha-ha. Me río.

 

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