El pez en el agua
por Mariana López
¿Es el arte contemporáneo lo que le ha estado dictando patrones de comportamiento a la empresa de hoy, o viceversa? ¿Por qué se da un pacto tan fluido entre un gobierno de corte neoliberal y el arte contemporáneo? La respuesta es evidente. Ambos, gobierno neoliberal y arte contemporáneo, están atravesados por una misma pulsión: la pulsión por la transformación de los espacios en objetos apetecibles. En esta pulsión, el artista ya no encuentra un espacio autónomo desde donde operar, pero tampoco encuentra un espacio desde el que impugnar un orden.
En este dilema se emplaza la obra de Eduardo Basualdo, Perspectiva de la ausencia, en el marco de Art Basel Cities. La obra está instalada en un antiguo muelle de la Asociación argentina de Pesca construido en 1940 cuyos pilotes se internan setecientos cincuenta metros en el Río de La Plata.
La obra de Eduardo Basualdo es en gran medida el hallazgo de ese lugar: El muelle permite que el visitante tenga una experiencia, la del río, a la que la ciudad moderna se cerró.
Cuando se llega al final del recorrido, el espectador ya fue viviendo la exposición al viento, a veces inclemente, durante todo el trayecto, que es además una exploración de un tipo peculiar de agrupación humana urbana, la de los pescadores fluviales, unidos en una práctica de sociabilidad que se sustenta en un sueño de supervivencia.
La de los pescadores es una comunidad un poco anacrónica en todo el utillaje que ellos adoptan y quedan como objetos de otra época. Atravesar el puente tiene algo de línea temporal, hasta que al final del trayecto se llega a una puerta. Se trata más bien de un nudo que de una puerta, porque es un dispositivo giratorio que se mueve con el viento y da hacia el vacío de las aguas, el último borde de la ciudad. Esto obliga al espectador a tener que volver sobre sus pasos en lugar de atravesarlo.
Los pescadores viven una fantasía: la de consumir al margen del mercado aquello que pescan. La de sobrevivir a partir de una acción que puede ser vista como performática. El artista, en cambio, habita otro plano fantasmagórico: el de la utopía de un arte liberado, que responde solo a sus reglas, pero que termina reproduciendo la lógica mercantil en pos de una supuesta “profesionalización del arte”.
Y es que todo aparece atravesado y transformado por el mercado. Y el artista, en tanto crea, es también un gestor de esa mercantilización. Por eso no tiene demasiado sentido plantear una dicotomía entre ajuste y grandes eventos artísticos como Art Basel: ambos se necesitan uno al otro porque, en el fondo, forman parte de una misma estructura.