Ecos de otro mundo

por Mario Scorzelli 

El arte, desde Aristóteles hasta Aizicovich, nunca fue solamente una cosa que se puede señalar con el dedo como si se tratara de una estrella fugaz que cruza el cielo nocturno para inspirar deseos ambiciosos o una lucecita intermitente que indica la posición de la Estación Espacial Internacional. Según este tipo particular de seres inteligentes, el arte no son las cosas en sí, sino un conocimiento sobre cómo se hacen las cosas. No se trata tanto de mirar el firmamento y preguntarse si hay alguien ahí esperando nuestro encuentro, sino de saber cómo hacer para poder encontrarlo. Este desafío, en apariencia imposible para cualquier terrícola, es una tarea ideal para el canillita de un diario de arte acostumbrado a utilizar su imaginación y rebuscárselas a la hora de tratar con un público difícil.

En esta oportunidad, Aizicovich, parece haber abandonado el vecindario conocido de su planeta para indagar las profundidades de la arquitectura astronómica en búsqueda de nuevos lectores, como si hubiera traducido un número del Flasherito a algún tipo de idioma alien  y lo hubiese arrojado al espacio desde su bici. La misión emprendida por el artista es compleja: construir unas máquinas extrañas que llevan a cabo la audaz tarea de entablar una comunicación alienígena mediante un tipo de interacción que nosotros solo podemos experimentar parcialmente, sin lograr comprender muy bien qué será lo que se está diciendo.

Sin embargo, hay una forma de entender algo de todo esto. Al parecer, se encontraría escrita dentro de un libro conocido como el Canon de Policleto, que se creía perdido hace miles de años. Ese libro, que en teoría contiene el conjunto de principios a priori para el correcto uso de las facultades del arte, habría sido utilizado como un manual de instrucciones para la construcción de un Órgano que funciona como un instrumento generativo capaz de iniciar comunicaciones extraterrestres. Así como la Poética de Aristóteles funciona a la manera de guía para la construcción de una linda tragedia, ese misterioso Canon parece tener el discreto mérito de ayudarnos a evitar errores a la hora de construir el extraño Órgano.

Aparentemente, ese mismo conocimiento habría sido utilizado por Tales para demostrar la existencia de un triángulo isósceles sin la necesidad de indagar en la figura y recurriendo solamente a la construcción de conceptos en su propia mente. En aquel momento iniciaría y quedaría trazado para siempre el camino del conocimiento, que durante todos estos años habría tenido un alcance muy limitado. Eso que Tales descubrió y utilizó en la geometría tardaría siglos en ser utilizado en las ciencias naturales por gente como Torricelli, Stahl o Galileo y gracias a ellos la naturaleza quedaría condenada como un prisionero a responder las preguntas de la razón.

Hasta la invención de Aizicovich, todo el conocimiento estaba contenido en un método construido a partir de una sola idea: hay que buscar en la naturaleza lo que la razón ya puso allí previamente, como si la razón pobrecita se hubiera olvidado dónde dejó el control remoto ¿Pero qué pasaría si en vez de limitarnos a buscar nos dedicaramos a inventar? Para eso tendríamos que reformular todo el Sistema del Idealismo Trascendental o recurrir a la construcción de un Órgano generativo, que parece tener el don singular de poner en la naturaleza cosas que antes no estaban allí. Es verdad que hay otras empresas comparables a la de este artista como la instalación de la Matriz de Telescopios Allen, la infraestructura abierta de Berkeley para la computación en red o la puesta en órbita del satélite ARSAT, pero los ingenieros que llevaron a cabo estos proyectos parecen desconocer los misterios del arte escritos en el Canon perdido de Policleto. Ese Órgano, encargado de buscar a los aliens, se ha ocupado de crear a su propio público. Ahora, vaya uno a saber en qué planeta estarán escuchando nuestras noticias.

*CONTACTO, la muestra de Andrés Aizicovich, puede visitarse hasta el 12 de Febrero en el MAMBA, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350.

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