Dando vueltas en la cama Nº2
dibujo por Lino Divas
I.
Cada vez que me despierto en mitad de la noche pienso mucho en qué quiero hacer de mi vida. Renuncié a mi trabajo hace unos días. Todo lo que hago me deja de gustar después de un rato. Por eso, a veces, hago (e hice) tantas cosas diferentes, como Rosario Bléfari: era escritora, cantante y actriz. Ahora ella está muerta y yo no puedo dormir. Estaba enferma y nadie desea extender la agonía a un otro, pero a pesar de eso la muerte siempre genera algún tipo de shock. Pone en evidencia que en cualquier momento todo se termina y listo, no existís más. Nunca sabes cuándo puede pasar eso. El mundo siempre fue incierto, la pandemia sólo lo hizo explícito y evidente. En 2016 le regalé a mi mejor amigo un par de entradas para que vayamos a un show que Bléfari dio en el Centro Cultural Rojas. Mi amigo no se acuerda de esa noche. Yo sí. Muchos amigos y amigas lloraron por su muerte. También publicaron muy buenos textos para despedirla. Me impactó mucho la actuación de Bléfari en Silvia Prieto. Tuve una tía que se llamaba así: Silvia Prieto. Se murió sola, en Trelew. Era alcohólica y a su sepelio asistió solamente mi mamá y mi abuela. Pero esa Silvia Prieto no se parece en nada a la de Rosario en la película de Martín Rejtman. Lo mejor de la Silvia de Rosario es que disfruta mucho del azar y del capricho. Cada decisión que toma es random y nunca sabemos cuáles pueden ser las consecuencias de sus actos. Imagino que la producción de Blefari también fue un poco así: hoy saca un disco, mañana actúa en una película y pasado te escribe un libro de poemas. Ahora que en mi cabeza aparece la pregunta sobre qué hacer de mi vida, quizás debería ser como ella. Hoy hacer un libro. Mañana un disco. Pasado una película. No de forma literal, sino ir haciendo lo que se me dé la gana. Ser como Silvia Prieto, que con su primer sueldo se sacó un pasaje para ir a Mar del Plata a pasar un finde semana con su canario.
II.
Esta mañana me levanté con un dolor de cuello muy fuerte y ahora que es de noche no puedo dormir por el mismo problema. Desde que estoy encerrado el tiempo pasa de una forma extraña. No sé qué hacer exáctamente desde las seis o siete de la tarde y hasta que me voy a dormir. Tomé un diclofenac con pridinol para calmar el dolor. Pensé que lo estaba tomando como a las diez u once de la noche, pero eran apenas las nueve y veinte y yo ya había cenado. Unos minutos después de tomar la pastilla quedé sedado y me dormí. Sin embargo, ahora estoy despierto, otra vez. No sé qué hora es y no quiero saberlo. Cada vez que me levanto en mitad de la noche pienso que me gustaría tener un reloj en la mesa de luz. Después dudo. ¿Podré dormir con la luz roja de un reloj digital al lado? ¿O con el tic tac de uno con agujas?. Siempre me gustaron los relojes. Cuando terminé el secundario mi mamá me regaló un reloj Swatch de pulsera. Quizás pueda dejarlo en mi mesa de luz, así podría saber qué hora es ahora. Cuando estaba en el secundario siempre me sentía pobre y por eso quería mucho tener ese reloj. En su momento (2012) costó 700 pesos, que en ese entonces era mucha plata. Era extraño que me sintiera pobre, básicamente porque no lo era. Pero, tenía compañeros con mucha plata, algunos con autos propios a los 17 años. No tengo un recuerdo feliz del secundario. No tengo un recuerdo feliz de la adolescencia en general. Tampoco es un recuerdo triste. Es sólo un recuerdo. La adolescencia es ese momento extraño donde todo es tremendo, confuso, intenso. Nunca entendí por qué mis compañeros del colegio tenían tanta estima por esa época, es más, la mayoría de ellos no ven la hora de volver al sur para simular lo “feliz” que fueron esos años. Me divierto más desde que vivo en Buenos Aires y yo mismo me ocupo de pagar mis impuestos. La escuela es un lugar siniestro. En mi colegio me hacían ir a misa y cuando llegaba el momento del perdón nos teníamos que golpear el pecho mientras decíamos: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran gran culpa”. Ingenuamente creí durante mi adolescencia que por no creer en Dios -y sí en Marx- estaba limpio de esos mandatos católicos. Sin embargo, lo único que me queda de la adolescencia es justamente eso: culpa.
III.
De todos los chicos con los que salí solo dos tuvieron el título de “novio”. Sin embargo, nunca sentí a ninguno de los dos como “mi novio”. No sé exactamente qué es un novio. Un amigo, al que le decimos Cajita, insiste, hace ya varios meses, que los gays no tenemos que usar esa categoría, que cuando lo usamos de alguna manera estamos tratando de emular un tipo de relación heterosexual. Él siempre pone el mismo ejemplo: se ponen de novios, terminan viviendo juntos y con un perrito. En efecto, lo vemos todo el tiempo, sobre todo en Instagram, donde sólo hay lugar para parejas felices. Leímos un texto de Tamara Tenenbaum, que salió en Le Monde Diplomatique, donde ella dice que la cuarentena hizo que vuelva el amor romántico o el amor como promesa: no nos podemos ver, pero nos podemos prometer muchas cosas. En su texto menciona un artículo de Eva Illouz, que es algo así como LA teórica contemporánea del amor. Illouz dice que después del confinamiento es esperable que la pareja tenga un un nuevo significado: “ser un refugio contra la angustia de la soledad radical del confinamiento en casa, una fuente estable de sexualidad, una garantía de la salud de la pareja y un remedio para un mundo que, de repente, puede volverse inmóvil”. Al retorno de la pareja estable, para Tamara, significa que vuelve el “peor es nada”, algo que para mi nunca se fue del todo. Cuando discutía con mi amigo sobre esto, él se preguntaba por qué teníamos que pensar todo en términos de pareja (independientemente de si es monogámica o no). Quizás sí tengamos que vincularnos de otra manera y llamar a nuestros vínculos con otro nombre que todavía no conocemos. Si eso pasa, tal vez, no me vuelva a sentir incómodo con la expresión “mi novio”, básicamente porque no voy a usar esa palabra y sí otra que, todavía, no conozco. Pero ahora no tengo a nadie en el radar, así que voy a tener que seguir esperando el amor después del amor.
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