Crónicas astrológicas de Grecia

Por Fran Stella

Dibujo por Lino Divas

En Mayo tuve la fortuna de pasar tres semanas en The League of Stars, una residencia de arte y astrología que, con el foco puesto en la re-territorialización de la práctica astrológica, se propone construir un archivo de obras que re-actualice ciertas imágenes y narrativas arquetípicas, recuperando saberes del pasado desde una perspectiva contemporánea.  

Siguiendo el hilo de mis notas anteriores, me propongo hilvanar el tiempo pasado en la residencia con algunas experiencias y muestras que ocurrieron en Atenas, donde pasé una semana después. El hilo estará, como siempre, hecho de ideas/imágenes y algún que otro texto. 

Pero como comenzar por el principio sería complaciente con la linealidad del tiempo a la que tanto le di vueltas en esta nota anterior, voy a empezar por lo que más me dan ganas: la experiencia de visitar el Partenón. 

Debo confesar que al principio no tenía ganas de ir. Picture this: pagar una entrada carísima en euros para desfilar junto a infinitxs turistas bajo los rayos fulminantes del sol del mediodía para ver de lejos unas rocas antiquísimas mientras guardias de seguridad te vigilan para impedir lo que más me gustaría en el mundo: simplemente ranchear las piedras tranca. 

Sin embargo y por suerte, varios factores contribuyeron a que lo haga. En primer lugar, la tarjeta de prensa falsa que, gracias a la idea de una amiga, me ahorró treinta euros. En segundo lugar una imagen potente: el partenón iluminado al atardecer y visto desde la colina de enfrente. It´s showtime baby. 

Dispuestx a frustrar la imperturbable imagen de majestuosidad que haber visto el templo en libros durante años fue formando en mí, encaré hacia allá una mañana y a lo largo del camino me fueron sorprendiendo varias cosas.

Aunque completamente invadida por el circuito de turismo capitalístico, lo que sucede alrededor de la acrópolis es una peregrinación. Una liturgia cuidadosamente coreografiada en la que las personas que la realizan tienen la posibilidad de contrastar la arquetípica imagen de la Grecia clásica, blanca y pulcra, con la realidad: una multiplicidad de capas de información abigarradas y caóticas. El tránsito, lxs turistas, los comercios, lxs habitantes de Atenas, los restos de la crisis económica que atravesó el país, la proximidad de la guerra, la evidente decadencia de la Unión Europea como propuesta política. Una conjunción de siete canales de televisión en simultáneo en la misma pantalla. 

Otra cosa interesante fue constatar que la mayor parte de la construcción fue restaurada y los originales no se encuentran allí. Además de algunas partes que están desperdigadas por museos de otras capitales europeas siendo testigo del extractivismo, unos metros por debajo de la colina en la que se erigen las columnas está el museo del Partenón, donde además de muchas de las piezas originales, hay una recreación espacial del templo hecha en acero con los frescos originales. 

Es decir, no hay tal cosa como el Partenón. Más bien hay un sistema de relaciones formado por la colina con los restos originales y restaurados, el museo que está debajo, el circuito turístico gastronómico y de souvenires que hay alrededor y por supuesto, una inabarcable vastedad espacial donde depositamos proyecciones acerca del templo dentro de la que caben tanto las imágenes de vetustos libros de historia como la película Hércules de Disney. 

¿Qué pasa si la ruina es entonces una matriz de relaciones? ¿Qué pasa si en esa peregrinación litúrgica nuestros cuerpos son capaces de juntar los fragmentos ruínicos con adobe? ¿Qué pasa si ese adobe está hecho de nuevos materiales que jamás pensamos iban a terminar en Atenas?

Pasado Pisado

Me pregunto si la obsesión por preservar las ruinas o los restos del pasado lo más intactos posibles no es un intento contracturante por sostener la aparente linealidad del tiempo. Como si evitando que los restos indigestos del pasado sean asimilados por la vida en una nueva forma, nos asegurásemos de que eso perteneció al pasado y ya-no-más y así congeláramos la verdad. 

No está de más pensar que evitar que las ruinas se descompongan o sean usadas de una manera diferente es evitar que algo muy natural de la vida suceda: la compostación. Como si dejar ir algo solo fuera posible en un paradigma circular porque en una vida lineal, si dejo ir hacia atrás corro el riesgo de alejarme tanto que eso desaparezca por completo. 

Sin embargo, el hecho de que la mayor parte de las ruinas del mundo alojen la peregrinación en su forma capitalística (el turismo) me lleva a pensar que podemos hacer algo con ellas.  Poder vincularnos con las ruinas de maneras nuevas, creativas y al menos un poco lejos del imperativo de conservarlas tal cual fueron, es un ejercicio que permite re-ligar, juntar lo separado. Pero juntar lo separado en un sentido muy profundo ¿Cómo acercamos los miles de años que separan la construcción del Partenón con nuestra vida actual? Y sobre todo ¿Para qué lo haríamos? 

Silveira Rivera Cusicanqui nos deja entrever en su libro Un mundo Ch´ixi es posible, que en aymara el acto de caminar hacia el futuro se hace de espaldas a él, porque lo único que vemos es el pasado. Pienso en el vértigo que caminar de espaldas hacia lo desconocido produce, en la entrega que implica y en lo poco que lo hacemos. En general, mirar hacia el pasado se asocia con lo estático, con lo que no quiere avanzar. En la ambivalencia de mirar hacia atrás pero caminar hacia adelante, o de no mirar hacia dónde vamos como acto de entrega del control, se aloja la potencia de juntar los fragmentos que generalmente se arman entre quienes creen que mirar hacia el pasado atrasa y quienes creen que sólo pensar en el futuro esconde el peligro de repetir los mismos errores. 

Como posición no intermedia sino contradictoria, la imagen de la antropóloga boliviana se revela, a mis ojos, de una belleza enorme. Vuelvo entonces sobre la nota anterior y a riesgo de ponerme monotemática e insistente, pienso con fuerza para mis adentros “¡Qué urgente desarmar la linealidad del tiempo!”.

Imaginemos la distancia que separa la construcción del Partenón con el 2023 no como dos puntos sobre una línea horizontal sino como un espacio indeterminado y sin forma que contiene dentro de sí miles y miles de vidas. La experiencia condensada de millones de cuerpos que pasaron por la vida en la tierra, ensayando maneras de estar en el mundo. 

Algunas de ellas dejaron más marca que otras. Es claro que las palabras de algunos pensadores como Platón, Aristóteles o Descartes han hecho mella en el sendero que recorremos como civilización, al menos occidental. 

Es decir, así como están los restos materiales de quienes nos precedieron, también están los restos inmateriales. Contrariamente a lo que la aparente linealidad del tiempo nos indicaría, esos restos en forma de imágenes, de relatos, de ideas, están superpuestos en el aquí y ahora con “lo nuevo”. Constituyen, en palabras de Silvia Rivera, un tejido abigarrado. Un ejemplo concreto sería pensar en la arquitectura de la ciudad de Buenos Aires en la que podemos identificar edificios neoclásicos, brutalistas y XXX en la misma manzana. Es decir, el espacio funcionando como una encrucijada para diferentes líneas temporales. Pero también podríamos pensar a las personas como encrucijadas en las que confluyen el pensamiento colonial con el neoliberal con el progresista y así…

En este correlato entre las ruinas materiales y las inmateriales echa raíces la hipótesis de esta nota. Dentro de los restos inmateriales podemos incluir las relaciones que se articulan alrededor de las ruinas y también discursos, teorías e imágenes asociadas. Siguiendo la línea de pensamiento de Silvia Rivera, revisitar las ruinas podría ser un acto de digestión en el que vincularnos con ellas podría permitirnos extraer nutrientes y descartar lo que no nos sirve. Volver a ellas para imaginar desenlaces diferentes, recuperar las voces de lxs personajes que quedaron ocultxs, o fueron violadxs, o fueron decapitadxs. Exactamente eso fue lo que hicimos en The league of Stars.

Salvar las distancias temporales en un doble movimiento

Me llevé la compu a Grecia porque creí que iba a tener mucho tiempo para escribir. Antes de viajar estaba escribiendo mucho, incluso había comenzado a escribir una novela. Desde hace un tiempo escribir logra algo que ninguna otra cosa logra: transformar toda la información que me pulula enloquecida por la cabeza en otra cosa. Como si las manos se transformaran en órganos digestores de data, en la extensión del cerebro que se relaciona con los haceres, con la acción¹. Me entusiasma pensar que además de acercar comida a la boca, las manos pueden modelar las palabras para sacar al mundo el resultado de la ingesta. Entonces empiezo a pensar en que las manos digieren como el intestino y me pregunto cómo hacer que los dedos se muevan enroscadamente y que desplieguen filamentos hacia el mundo para absorber, como lo hacen los intestinos, los deshechos nutri-deliciosos que nuestrxs amigxs invisibles van dejando por ahí. Me acuerdo de estas dos imágenes:

Nuestro sistema nervioso extendido y el micelio de un hongo se parecen mucho. Compartí estas dos imágenes como introducción a una práctica que guié para uno de los grupos con los que compartí la residencia The League of Stars. Si bien las había utilizado antes, se resignificaron a la luz de The flowering Wand², un libro en el que Sophie Strand, la autora, lanza la hipótesis más hermosa jamás imaginada: que los mitos son lo que el hongo al micelio, el fruto de un tejido subterráneo e invisible que varía su forma final según cada ecosistema. ¡Qué bello! Ella propone excavar y fundirse con ese micelio para que nuevos mitos crezcan de él, re-enterrarnos en esa red para rastrear, como topos, lo que haya quedado perdido en la historia. 

Pensar en la base material que tiene nuestro cuerpo -el sistema nervioso- para elaborar nuevas ficciones entramándose con otros sistemas nerviosos es re-territorializar tanto los mitos como nuestros cuerpos. Es pensar una posibilidad para la relación arriba/mitos abajo/cuerpos de la frase “como es arriba es abajo”. Y esto conecta con lo que hacíamos en la residencia.

Por las noches observábamos las estrellas y reconocíamos sus nombres y la constelación de la que son parte. Eso era una parte de la reterritorialización: recuperar la oscuridad insondable del cielo con sus afilados puntos luminosos como un territorio en el que hay una disputa que dar: el de la ficción. Vuelvo una y otra vez al texto de la Bolsa de la Ficción de Le Guin: ese fondo de estrellas como un gran contenedor donde se volcaron innumerables historias, muchas de ellas de violaciones, raptos, matanzas y más. 

¿Sabían que las estrellas son cuerpos? Esa era la segunda parte de la reterritorialización: sentir en el propio cuerpo que esos puntos de luz que vemos son en realidad materia encendida, materia vibrante, miles de soles igual o más grandes que el que vemos surcar los cielos día a día. Y aquí algo importante para mí: las estrellas socavan las raíces mismas del monopolio ficcional solar, de la supuesta superioridad solar por sobre todos los otros cuerpos celestes o, como diría Úrsula, del héroe por sobre todos los personajes posibles. 

Como nos transmitió Gael Policano Rossi en una clase especial que nos compartió, la luz de las estrellas viene con la oscuridad, son una unidad estructural. Pienso entonces que la luz del sol, en cambio, viene sola, no puede haber noche si hay sol. Las estrellas vienen juntas, de a muchas, cada una con su especificidad siendo parte de una narrativa constelar, una ficción más grande que ellas mismas y que las incluye.

Entonces imagino que las constelaciones y las estrellas también pueden ser, como el Partenón, una matriz ficcional ruínica. Un gran contenedor de historias al que podemos volver para realizar un doble movimiento: el de reconocer los restos indigestos que hay allí, como si fueran columnas de mármol en la tierra, e imaginar y relatar nuevas historias que nos sitúen, desde el hoy, como parte de esa gran bolsa. 

Pero no es una mega idea nueva mía. Por las noches, en la residencia, también elegíamos alguna estrella fija -hay un listado de 66- para trabajar con ella. Leíamos algo así como 6 libros en donde la estrella era mencionada y a partir de la contrastación entre lxs diferentes autorxs y lo que cada quien pensaba / sentía al respecto, realizábamos este doble movimiento. 

Por ejemplo, está Algol. Esa estrella es el ojo de Medusa y pertenece a la constelación de Perseo. Perseo, sostiene en su mano la cabeza decapitada de Medusa. Claramente es un tema muy delicado y extenso para tratarlo aquí, pero podríamos decir, brutamente, que hay una tradición patriarcal que primero define lo “”””femenino”””” como monstruoso e incluye ahí todos los registros deseantes y corporales que no pueden ser explicados con la mente racional: la sexualidad, la intuición, algunas emociones. Segundo, se enfrenta a la monstrua con la espada para matarlo. 

Pero hoy, desde nuestras realidades deseantes y corporales, a esa narrativa podemos superponerle infinitas ficciones nuevas. Probablemente ni si quiera definiríamos nada de eso como femenino. Seguramente estaríamos más cerca de montarnos con lx monstrux y salir a bailar. Pero más importante, ni siquiera sé si habría una sola narrativa al respecto. 

Creo que lo superador de la propuesta de The League of Stars, era reconocer esa narrativa dominante al mismo tiempo que desmarcarse de ella. Reconocer los niveles codificados adentro nuestro que se asustan ante lo monstruoso aunque en otro lugar interno queramos hacernos amigxs. Es inscribirse dentro de una zona ambivalente como la imagen que Silvia Rivera trae y apostar por lo que la astrología nos regala (entre otras cosas): la posibilidad de movernos en muchas direcciones al mismo tiempo. 

Stars but not least

Como soy un cuerpecillo geminiano atolondrado y además soy una luna en escorpio voraz, no quiero cerrar este texto sin compartirles que después de tres intensas semanas de cableado cerebral y de un atracón de ruinas encolerizado, un día fui a conocer Communitism.

Es un proyecto que, entre otras cosas, reclama edificios que están en desuso para usarlos con fines colaborativos en relación al arte. Talleres, espacio de exhibición, fiestas. Una noche hubo una, de hecho, para juntar fondos para el equipo de rugby queer Athenians Centaurs que fue muy divertida.  

Fue muy emocionante para mí entrar por un pequeño y bajo pasillo hasta un cuartucho medio derruido donde se encontraban las pinturas de Batool directamente en la pared iluminadas con poca luz azul. Mi cuerpo ya sentía las resonancias de la muestra con todo lo que mi cerebro venía articulando impactar sobre sus aguas. 


Ese día inauguraba Something Floating. Or. Going Underground (Algo Flotante. O. Subterráneo) una exhibición de la artista Egipcia Batool Elhennawy, la artista jordana residente en Canadá Mona Lisa Ali y la artista Nadia Gohar. 

A la luz de ese tenue foco azulado leí el texto que acompaña la muestra, de Salomé Menzel. “The task of excavating objects, i.e., writing history, lies first and foremost in articulating events or the objects surrounding us historically. The exhibition shows the vessel of time not as empty, but as filled up and specific. The artists view themselves and the objects they are dealing with as part of a present that has already been meant in the past”³ (la itálica es mía). Hacer arqueología es también imaginar futuros, hacer obra es sembrar semillas que en algún momento germinarán como las obras de Mona.

Recién ahora, casi un mes después de todo esto, entiendo un poco más sobre la emoción que me tomó el cuerpo en esa muestra. Claro, en ese momento la excitación en el sistema nervioso se tradujo en algo así como “¡Wow! Estas ideas geniales con las que vengo flasheando se vieron confirmadas!”. 

Hoy puedo sentir una capa mucho más profunda: esto que estoy nombrando no es nuevo, al contrario, es completamente humano y lo venimos haciendo desde el principio de los tiempos.  Es un acto profundamente vital de revisitar, manipular, transformar, llevarnos a la boca y expulsar lo que nuestro paso por el mundo va dejando por ahí, como hacen las lombrices en la tierra. Obvio que hay un montón de capas civilizatorias que nos lo impiden, acuerdos sociales que lo obstruyen y monopolios que se fueron volviendo inexpugnables. Pero nos merecemos, así sea un trabajo de hormigas interminable, horadar esa fortaleza inexpugnable. 

Quiero volver a dos puntos. El primero, el doble movimiento: es una idea muy esperanzadora que creo que lxs artistas y lxs astrologxs no debemos perder nunca. Al  reconocernos parte de una tradición y en simultáneo desmarcarnos para incluir lo nuevo, lo diferente, lo excluido, existe la posibilidad de construir entre todxs un mundo hermoso. ¡Es bellísimo!

El segundo es la aplicación concreta del anterior ¿Cómo podemos vincularnos con las ruinas con un pie en cada dirección: el de preservarlas y también el de empujarlas a una vida nueva, a un uso nuevo, al desgaste, a la desaparición? ¿Qué estrategias colectivas podemos darnos para eso? Porque eventualmente es lo que sucede, la lluvia, el sol, el viento y lxs afortunadxs que logran traspasar la seguridad para grafitearlas se encargan de hacer lo que no nos atrevemos a hacer colectivamente.

¹ Esta idea se la debo a Eugenio Caruti que la desarrolla en su libro Inteligencia Planetaria.

²  Gracias a mi amigo Rafa por recomendarmelo.

³ “La tarea de excavar objetos, es decir, de escribir la historia, depende sobre todo de poder articular sucesos y objetos históricamente. La exhibición propone a la vasija llena de manera específica antes que vacía. Las artistas se ven a ellas mismas y a los objetos con los que trabajan como parte de un presente que estaba implicado en el pasado”

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