La columna ¡¿Quéeee?!: ¡Residencia de arte en México!
por Liv Schulman
ilustraciones por Ernesto Pereyra y Leo Estol
No me acuerdo en que momento del año pasado fuimos con la galería a una feria de arte en Santiago de Chile. En la sección de arte joven en donde estábamos mostrando rondaba un premio no muy atractivo pero considerando que daba por sentado que no me iban a elegir, no se perdía nada con intentar: se trataba de una residencia en la ciudad de México.
La residencia estaba gestionada por una joven galerista que tenía su propio stand en la feria de Santiago y que ofrecía este premio a cambio, generando así una especie de situación de intercambio estéril tan conocida en el mundo del arte como “economía de la atención”. Había que viajar a la ciudad de México con sus propios medios y una vez ahí la residencia ofrecía cama, los almuerzos pagados y cuanto café una quisiera tomar en los horarios de 9 de la mañana a 5 de la tarde y un presupuesto de aproximadamente 450 dólares para producción.
Apliqué proponiendo la muy poco original idea de hacer algo sobre Roberto Bolaño (Chile-México, Chile-México, ¿qué puedo hacer, mmmmhhh?) y quedé seleccionada.
Reconozco no haberle dado bola al tema durante lo que quedó del año: mi mente y mi cuerpo estaban tomadxs por un rodaje megalómano de bajo presupuesto, tratar de viajar a Argentina para la feria, quejarme de lo cansada que estaba y otros menesteres, era un momento muy diferente del de ahora, donde la vida se volvió microscópica.En ese entonces me resultaba importante viajar por cualquier cosa y no me gustaba quedarme mas de un mes en el mismo lugar. El viaje constante me hacia sentir como que participaba de algo, ¡me hacia sentir importante! Cosa que después se reveló ser solamente una participación activa en CO2. En un momento de las negociaciones antes de viajar la galerista-directora me pidió que a cambio de la residencia les deje una obra de un equivalente de 2000 dólares para cubrir los gastos. Eso no estaba estipulado en las condiciones del premio y por dentro yo me dije “¡¿Quéeeeee?!” pero mi problema es la obediencia, porque tengo mucha, así que ante la interpelación le dije que le podía dejar una edición de la que pensaba hacer visitando los lugares que Bolaño usaba para escribir y ahí quedó el tema.
Al final la presidenta de la feria de Chile se puso las pilas, me pagó un pasaje de avión y viajé a México para quedarme dos meses en Lagos estudios de arte y residencias.
La cama estaba un poco rota, y no había cocina ni pava para hacerse un café por la mañana, así que había que esperar que la señora de los tamales aparezca. La cocina abría a eso de las doce, eso sí, y de dos a tres de la tarde era el almuerzo.
Había un policía en la puerta de atrás, en la puerta de adelante había otro y por la noche el lugar quedaba muy solo entre rejas. Bañarse era difícil, la ducha era muy fea y salía muy poquito agua, estaba sucia y no hice nada por sentirme mejor, simplemente me bañé con cara de asco cada dos días. Después de un mes de hacer eso me empecé a bañar una vez por semana. No era tan difícil acostumbrase a estar mal, no costaba tanto estar todo el día en pijama. “Así es la vida en residencia” me dije. Tampoco compré una pava ni un anafe, ni nada, me limité a quejarme.
Salí por la ciudad con la galerista-directora y sus amigos, la mitad de las cosas las decían en inglés, dimos vueltas a la noche por unas discotecas y afters, y a los tres días de estar ahí en un restorán bastante concheto de la colonia Roma entraron tres tipos con pistolas y nos robaron a todxs.
A raíz de ese suceso empecé a sentir mucho miedo. Los taxistas decían que donde estaba Lagos era muy peligroso, había que moverse en taxi, Uber o camioneta blindada.
Cenar no se podía, no había nada para comer, tampoco había cocina ni lugares comunes y salir sola de noche parece que tampoco se podía. O por ahí se podía pero con una actitud que yo no tenía. Me uní a un gimnasio, me puse a correr en cautiverio, al principio iba caminando pero después empecé a hacer distancias de un kilometro en Uber. No animarme a caminarlas me deprimía mucho. Un compañero de residencia casi me viola después de haber pasado el día juntxs en lo que el consideró ser una cita y yo una manera de salir un poco; hacer algo con alguien. Fui a la casa de Trotsky, al museo de antropología; traté de hacerme amigxs. Conocí a un editor llamado Paco, mas simpático, me invitó a un viaje por el norte, donde la gente caminaba con las piernas muy abiertas, tomé el avión, fui ahí y la pasé muy bien. Pero en ese viaje me di cuenta que no soportaba a la residencia, la odiaba. Al volver hicieron un asado en Lagos que se convirtió en fiesta que se convirtió en un after lleno de drogas. Me drogué todo lo que pude y me aburrí muchísimo, me resultaba insoportable estar ahí twerkeando, empecé a irme a mi cuarto a leer por periodos de 40 minutos y volver a ver si la cosa mejoraba con no se que obligación social. El asado duro 15 horas, cuando a las tres de la mañana se fueron todxs a una fiesta en el centro yo me escondí en el baño y esperé que la puerta de entrada se cerrara y que los gritos en ingles se alejaran. Desde la ventana vi un grupo de varones tironeando del brazo de una chica que gritaba algo sobre llamar a una abuela.
Obra de Liv Schulman filmada en el Zócalo durante su residencia
Conocí a un argentino y a una mexicana que eran novios. Hicimos un trío, eran una pareja liberada. Todo era extremo, todo era sexual, siempre borracha, siempre con miedo, imaginando cosas.La gente con las manos en los bolsillo me estresaba, los autos también, los taxis, los policías, la calle, las pistolas.
Traté de llevar la vida hacia el rodaje de una película, algo había que hacer. Me olvidé de Bolaño. La mexicana me ayudo, Paulina. El novio también me ayudó pero lo empecé a odiar, sin muchas razones, me parecía vagamente antisemita.
Un día me vinieron a cobrar los almuerzos. Había consumido un total de 450 dólares. Ese día me deprimí mucho. Otro día pedí que me dieran el presupuesto estipulado para hacer la película, pero me dijeron mañana. Al día siguiente lo pedí de nuevo y me dijeron el martes, el martes lo pedí de nuevo y me dijeron la semana que viene. La semana siguiente no me anime a pedirlo de nuevo.
Las semanas pasaron caminando por el Centro de la Ciudad de México preparando el rodaje de una película sobre un grupo de Aduaneras todas interpretadas por la misma actriz que controlan los diferentes flujos de ansiedad, libre mercado, y economía informal en la cuidad. Como necesitábamos pelucas, uñas postizas y disfraces Paulina y yo nos la pasábamos entrando y saliendo de los diferentes negocios mayoristas y probándonos cosas en el cuerpo. Gomitas, labios, pintalabios, peinetas, postizos. Un día especialmente divertido nos pusimos unas pelucas rubias que nos hacían sentir poderosas, como si oliéramos bien. A la noche tuve el siguiente sueño:
En la ciudad de México íbamos a dar un workshop con A. que es mi colega. Era de noche, ya habíamos dado clase; estábamos en un cuarto de hotel, el hotel tenía varias camas decoradas como tortas de crema, y varias tortas de crema en los armarios con florcitas, les probábamos el gusto a pasteles. Yo me había puesto una remera de Megadeath pero no tenia bombacha, ni pantalones ni zapatos; A. y yo nos acostábamos en la cama.
Me daba besos blandos mientras se iba sacando la ropa, una media, el pantalón besos largos, si la prenda era grande el beso podía ser mas largo, cuando terminábamos de hacer eso y se quedaba desnudo yo veía que tenía el torso cubierto de piercings diferentes, de piel. No solo el torso, la ingle también, eran piercings como chinches y algunos alfileres y aros en formas de tijeritas.
En la cama yo también me sacaba la ropa y nos besábamos sin decirnos nada como si fuera natural. Pero por dentro me impresionaba, no sabía como predecir el futuro de mi trabajo con esto, o sea en el sueño tenía miedo de quedarme sin trabajo que era y es de profesora en una escuela de arte.
Íbamos a la otra cama que estaba en la habitación, abríamos la heladera y estaba llena de pantalones y ropa doblada. Arriba de la heladera había tortas.
Hablábamos de trabajo mientras nos dábamos besos tranquilos.Después él me daba vuelta y me hacía mostrarle el culo y cuando estaba por pasar algo yo le decía “¿qué es eso?” y señalaba un montón de mosquitas que estaban en la habitación y cubrían el cuerpo de A. “¿Cómo que es?” me decía. “Estas lleno de mosquitas” y él “no, no es nada” y yo pensaba “¿cómo no las ve?”, “no,no es nada te digo”. Yo no sabía si las estaba viendo o no, un poco se las sacudía pero también hacia como si no le importara.
Íbamos a la otra cama y yo pensaba “por ahí así recupero la energía” ya que después de todo yo quería coger, pero sabía que si no cogíamos en ese momento no cogeríamos nunca. La respuesta fue nunca, en la otra cama A. tenia el cuerpo lleno de sal y estaba un poco mas pelado que antes, tenía granos de sal por todo el torso y el pecho y también pensaba que no es nada, ya se estaba hartando de que le diga “¿qué es?” a cada momento, y ahora yo me ponía a señalar los piercings y le decía “¿qué son?” y ya estaba llenando la copa de su hartazgo, me miraba con cara de culo y se iba, antes de irse se vestía.
Me quedaba sola en el cuarto de hotel, a donde había llegado de manera azarosa habiéndome tomado un bus que no sabia donde tomé y sin saber donde estaba mas allá de que me habían dicho que el hotel estaba bien. Y es verdad que estaba bien, era un hotel para la clase media en México, profesoras con trajes de tweed y tacos bajos que aparecían caminando hacia la mesa del desayuno; profesoras y secretarias.
El piso era de moqueta roja terracota, transmitía un sentimiento de bienestar. Cuando me daba vuelta, en la cama estaba sentada Paulina, que se había teñido el pelo de rubio y tenía puesta una toca de modelo rusa en Aspen. La toca era blanca, el pelo de Paulina era Rubio, Paulina se sentaba en la cama y exigía sexo, presencia, atención, y enunciaba su necesidad de estar cada vez mejor vestida y al verla yo me daba cuenta que a cada segundo que pasaba, ella estaba mejor vestida y yo salía al pasillo del hotel porque Paulina me estresaba, en el pasillo me cruzaba con una especie de universitaria o de secretaria que estaba ahí.
Iba ella con una pila de papeles a dar una conferencia o a dejárselos a jefe. La mujer me sonreía, otra mujer desconocida de mediana edad aparecía en el pasillo, y también me sonreía, y como estaba vestida como una académica o como una psicóloga me hacía sentir en casa.
En ese momento abrí los ojos, la luz que entraba por la ventana era uniforme y blancuzca, se escuchaban gritos incomprensibles del mercado de afuera, la realidad me sobrepasaba, estaba enamorada.
Empecé a tenerle miedo a la galerista-directora. Cuando venía me escondía o hacía como que no estaba. Su cara verde, su ropa europea, siempre de blanco, con cara de mala. Después se fue de viaje a Europacomo por un mes, supuestamente a hacer unos contactos pero en realidad tenia un amante filipino que se la llevaba de paseo. Estuvo en Grecia, en la playa, lo vi en las redes sociales. Durante su viaje volví a pedir el presupuesto, me pasaron la mitad por debajo de la puerta. Era una cosa muy buena, ya estaba un poco desesperada.
Fui a Buenos Aires, no se bien con qué excusa, durante diez días. Tenía miedo todo el tiempo, cuando volví me baje del avión y grabamos la película, que se llamó Aduaneras. Fue muy difícil. Durante esos días me quedé en la casa de Paulina y Diego, con sus seis gatos. El olor a pis de gato siempre me volteaba al entrar. De alguna manera fueron días conflictivos y felices. Después del rodaje me quedé en un cuarto arrumbado de la terraza de la casa de Paco, el editor poeta, donde puse una cerradura. Hice parte del montaje ahí. La degradación psicológica en la que me encontraba me termino gustando, en esos doce días que me quedaban me bañé cuatro veces nomas. Creo que porque la ducha de esa terraza me resultaba un poco inaccesible, no sabía como acercarme, ni sacar agua caliente y no me intereso averiguar. Si a alguien le molestaba no me lo dijeron.
Se me instaló una capa de polvo en todas las cosas, los discos duros, la computadora, la ropa, había un par de sillones polvorientos donde una vez me senté en concha, la vida continuaba, era rara. En esos días se me pidió que vaya a Lagos para hacer una muestra, mostramos tres videos en una habitación con mucha luz por lo cual se veían muy mal. La ahora solo directora dijo varias veces que iba a traer una tela para hacer una cortina pero eso no ocurrió nunca y yo no me molesté en ir a comprarla, me limité a conseguir un poco de sonido y a conectar los cables. La muestra venía con una cena para coleccionistas e inversionistas, la idea era constituir un programa de adquisiciones permanentes con descuentos para sostener el espacio de arte. Habían alquilado un bar corporativo de tequila, y había tacos gourmet. Yo aguanté la cena y después salí a fumar un cigarrillo y como no fumo pedí un Uber y me fui.
Salí a la calle solamente con el celular apagado, no tenía plata, no tenía cargador. Tenía una chaqueta de MembersOnly. En la calle me tomé el mismo micro que me había llevado al hotel del sueño y una vez en el bus me di cuenta de que no sabía a donde iba. No conocía a nadie, no tenia nada que hacer, no sabía donde estaba el hotel y tampoco sabía bien a que hotel me refería. El celular lo tenia muerto. Al final le pregunté al chofer que a dónde iba el bus y me explicó que al centro mientras se adentraba en el mercado de Tepito de noche, y tuve miedo, la gente aparecía sonriendo con hollín en las mejillas y miradas de locos, y se acercaban al bus. El chofer pegó la vuelta, yo pensé que si iba a ir a algún lugar del centro aceptable donde haya un hotel para gringos yo podía ir ahí y pedir que me presten un cargador y una vez cargado el teléfono pedir un Uber de nuevo.
No sabía a donde podía pedirle al Uber que me lleve pero empecé a pensar en pedirle que me lleve a la casa de Paulina y Diego, aunque no sabía cómo iba a hacer para que me abran, tocar el timbre a esa hora y esperar afuera sobre todo cuando no había timbre.
Al final en el autobús había tres chetas a quienes les supliqué que me presten un cargador para cargar el celu para poder pedir un Uber para volver al hotel del cual no recordaba el nombre ni cómo había llegado.Las chetas no se compadecieron, me tenían miedo, creían que les iba a robar, lo cual era lógico. Mostré mi iphone muerto pero no les interesó, al final una me tuvo piedad y me dijo que le iba a bajar un cargador al guardia de la entrada. Bajamos del bus. Nunca llegué a la entrada del edificio donde vivían las chetas porque las chetas se tomaron un Uber a algún otro lugar, cada una en un auto distinto. Antes de irse me explicaron que la empresa que había que tomar ya no era Uber sino Kepten o Bien Flexten o algo así, era mucho mas barato que Uber e igual de efectivo.
Se fueron las chetas y solo quedó un violoncelista desbordado por el éxito, una mujer en una mesa sentada comiendo canapés, había unas mini hamburguesitas en unas cajas de cartón abiertas sobre la mesa.El violoncelista estaba comiendo y además como quería lucirse con la mujer, me ignoraba lo más posible.
Yo me acerqué a la mesita y comí una mini hamburguesa de la caja de cartón blanca desplegada. Tenía hambre.Había pensado que eran macarrones pero cada canapé era diferente. En ese momento me puse a llorar.
Después de eso no volví a vivir en Lagos, me quedé en los de Paco permanentemente. Un día hicimos un asado para agradecerle a Paco y sus vecinos de haberme hospedado. Vinieron Paulina y Diego que se dedicó a decirle culiado a todo el mundo lo cual me dio vergüenza. Me pareció que a Paco le molestaba pero no dijo nada, después Diego se fue con un montón de números de teléfono, a todo el mundo le había caído bárbaro. Al día siguiente me llamó para decirme que me quería mucho y yo me sentí muy mal.
Un día después fui a Lagos y me robé una botella de tequila de las que quedaban del bar corporativo. Por la noche vino Paulina, tomamos el tequila y nos fuimos a dormir. Al día siguiente nos despertamos, tomamos un taxi al aeropuerto y me fui de México.