Cartas desde las trincheras
por Leopoldo Estol y Flor Cugat
dibujos: Andrés Brück
El aislamiento, el virus y Alberto como el héroe de la escena diciéndonos que estamos frente a un enemigo invisible me hicieron pensar en varias cosas, supongo que a todos. ¿Se acuerdan del 10 de diciembre?. Fue como una bienvenida pero también una despedida. Ese calor insuperable nos convocaba a una festividad masiva. Estábamos todos los que podíamos estar ahí, festejando de algún modo el fin de esos cuatro años que fueron cambiantes, opresivos y de total incertidumbre. El fin de la primavera nos develaba, una nueva. Un sentimiento de unión ochentista, con una figura similar a la de Alfonsín, con esa calma, esa cadencia y ese discurso que apelaba a la totalidad de los argentinos. Era el fin de la sensación de descuido. A un mes de la cuarentena me acuerdo de esas imágenes, de las pieles sudadas, de la cerveza que se acaba rápido, de todos abrazándonos, tomando del pico, compartiendo bebidas. ¿Cuanta cerveza tomamos ese día?, ¿cuando estuvieron en una circunstancia tan masiva?, era recitalezca. Los señores que vendían latas, se paseaban rápidamente con el soporte de plástico rojo y casi vacío gritando alguna oferta, dos por 150 o una por 100.
Al mismo tiempo pienso en el siglo XX, en que es un siglo insuperable y mucho mejor. No sé por qué, quizás sea una fantasía irrisoria. Quizás porque pertenezco a una generación que creció en los 90 y que creyó que el mundo era igual afuera que adentro de su casa. Igual en Argentina que en Estados Unidos. Yo sabía que Menem estaba mal, mis viejos trabajaban en hospitales públicos y su vida era una catástrofe. Pero mi niñez estuvo plagada de imágenes bellas. Había una austeridad hermosa que defiendo, las tortas de cumpleaños estaban llenas de grana multicolor y las bordeaba una fortificación hecha de palitos bañados en chocolate, y eso era todo. El destello de la nave de Xuxa, las obras de Schirilo.
El HIV fue la última gran última pandemia, supuso el fin de la liberación sexual, llevándose innumerables de seres excepcionales. Me resulta extraño y no, pero en las redes subieron una cantidad de fotos inéditas de Federico Moura en Nueva York. Me hacen pensar en esa sensación del final y de muerte inminente que vivieron las generaciones anteriores. Esas que en el plano local se habían salvado, de algún modo, del proceso y de Malvinas. Mi generación en cambio, fue una generación educada por MTV, Steven Spielberg y la utopía que supuso los primeros años de internet. Pienso en el HIV, la presencia de los cuerpos y los amores perdidos. Esa comparación me enloquece, porque la anterior pandemia suponía la presencia de fluidos, cuerpos liberados y amantes.
La crisis del 2001 fue el paraíso roto de las imágenes que se habían apoderado de nuestras ropas, nuestros cuerpos y nuestra mente. fue un momento de incertidumbre y el final de los argentinos en el mundo. Maradona se había ido a recuperar de las adicciones a Cuba, ya no usaba camisas Versace, y se tatuó al Che Guevara en el hombro.
Y a partir de acá, todo. Mis búsquedas estéticas tuvieron que ver con lo autogestivo y lo independiente. Con las posibilidades que brindaba la tecnología, publicar un poema, una falsa biografía o grabar un disco en un monoambiente. Canciones post-apocalípticas recuperaban las imágenes de todas las películas que había visto en los 90. Dibujos calcados de dinosaurios y lluvia de meteoritos. Miles de recitales a los que asistí de pequeñas multitudes coreando el final. Melodías, guitarras distorsionadas y low fi que proponían una cantidad innumerables de imágenes distópicas. El mundo se terminaba románticamente por la fuerza de un huracán o por el agua de una sudestada amenazante.
Esta vez me siento derrotada por “lo invisible”, por la falta de estetización de este cuadro. El encierro, lo real ganándole a todas esas fotos y a todas esas escenas. El peligro es tocar lo metálico del ascensor de tu edificio, tocarte la cara y no ponerte alcohol en gel. El paisaje es desolado, la ciudad está vacía y en silencio. Nada de rifles, nada de techos, nada de bestias. Solamente un spot del gobierno nacional: un homenaje a los médicos con la canción “El magnetismo” de fondo que entona “ey quién te va a cuidar” de Él mató. El siglo XXI me destruye.
Flor Cugat
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“Voy a subir al techo a mirar el desastre bajo la luz de la luna gigante”, ¿te suena? Sí, una banda que debés haber visto unas cuantas veces siendo oriunda de La Plata, “ahora estoy arriba de mi casa con un rifle” lo repite apoyado en los acordes de las guitarras y se vuelve un mantra. Subir, techo, desastre. Esta imagen cenital que proviene de la canción de El Mató (por si algune despistadx no se dio cuenta) venía a mi mente intermitentemente. Lo veo a Santiago Motorizado entonar y me imagino al Pocho Lepratti: ¡vaya confusión hay en mi cabeza!. Me gustaría decir anduve por esos techos pero no es verdad, anduve por esas calles rosarinas que son calles de pavimento castigado donde el Sol obliga a pensar dos veces porque los mediodías son hardcore. 2001, diciembre, sudoeste de Rosario: en la escuela se escuchaban los disparos y el olor fulero de los gases, los chicos andaban todo en derredor, el Pocho fue sensato al querer frenar lo que pasaba. No hay manual en una situación así, pensó lo obvio, necesito poder hablarle a alguien, mirarlo, mirarla y se subió al techo pero la violencia de la situación se lo llevó puesto. Yo llegué tardísimo a ese barrio, miraba los stencils de bicicletas, de un personaje con alas pedaleando en las ochavas rosarinas: ¿quién fue esa leyenda?. Ahora que te escribo me doy cuenta que hay muchos fines del mundo con terrazas.
Voy a hacer pública una denuncia: ¡¡¡el arte contemporáneo le robó el fin del mundo al cine!! ¡y el cine se lo robo a la biblia! Ah… entonces, es una larga tradición de ladrones. En el cine de mi infancia ese clima magnífico y moribundo venía siendo exprimido con zombies que vienen a comerte el coco o con esos efectos especiales bellísimos que hacen aterrizar la nave alien en medio de la capital. Después de grande entendí porqué los efectos: ver pulverizar un vecindario es relajante, después de 8 horas de oficina o de estar arriba de la camioneta, la destrucción inspira a inclinar el vaso un poco más. Pero, ¿qué hizo el arte con el fin del mundo? ¿Valió la pena? ¿Qué hizo sino ROMANTIZAR TODO?. Los dinosaurios, los escombros, la basura de una fiesta o una chupada de pija, todo visto el segundo antes del colapso es elocuente. Y es más elocuente si estoy sola o solo, no sé, depende de cómo me sienta en ese decorado alucinado. Afuera parecía un día lindo pero de repente, adentro de la galería es el fin del mundo ¡¡¡Chau!! QUÉ BUEN PLAN, días lindos con fines del mundo hechos con nuestras propias manos. Siento que estoy hablando de un momento reciente del arte argentino, del 2008 por poner un año y de la labor mancomunada de muchas personas en torno a un imaginario ¿Qué hizo Nerd Ciego AKA Adrián Villar Rojas sino convertir en fábrica esa sensibilidad? Abrir la fábrica y encontrar el mercado, ambas cosas.
Lo magnético de todas estas ficciones sean literatura, arte o cine es que ya estamos muertxs en ellas pero asistimos a la posibilidad que nos otorgan de vagabundear en ese desorden que lo come todo. Nosotrxs argentines tenemos experiencia en el colapso porque lo vivimos de cerca en el 2001 cuando de pronto mucha gente murió (entre ellxs el Pocho Lepratti) porque estaba todo mal y no había un horizonte de vida digno. El fin del mundo por estos días revuelve todos esos fantasmas con cuchara de madera. Veo en los ojos del chino su miedo a los saqueos. Veo las calles desde la soledad de mi terraza. Veo los fantasmas colocados entre persona y persona en la fila del supermercado y percibo con ternuna esa mentira tranquilizadora que es un supermercado con su variedad de productos que se asoman desde cada estante y la reposición. No nos hacemos cargo pero la reposición es nuestro verdadero mantra, lo siento El Mató.
Leo Estol