Caerse por toda la mente

Por Belén Nahuz

Dibujo por Lino Divas

Soñé que viajaba en un avión muy viejo. Parecía un avión de los 70 ‘s. Llegaba a Mar del Plata, sacaba fotos increíbles. Miraba las luces, los colores, los azulejos chiquititos y azules de algunas casas. Veía los hoteles, pensaba qué hermosos. No fue casualidad soñar con Mar del Plata durante esa semana, semana en la que fuí tres veces al cine. Es una ciudad cinematográfica, un portal a otro tiempo, una mole de cemento que permanece muda junto al mar, que se funde en lo gris de su niebla y se abre a un cielo claro cuando aparece el sol. Es una foto en blanco y negro: la de Silvina Ocampo posando en La Perla, la de Alfonsina Storni caminando en la costa; y la pelicula a todo color: es Silvia Prieto, de Martín Rejtman, con Rosario Bléfari sentada en una silla de plastico roja. Es el lugar de la fiesta: el antro que sólo la juventud marplatense conoce, la noche oscura con luces de colores y cocaína, y también el verano dorado, la fiesta de las señoras rostizadas bailando zumba y tomando sol en las plazas. Es el frío estival en invierno, su viento, el puerto y el olor a pescado. Las fábricas con paredes gastadas, pintura lavada y graffitis. Es la imagen detenida en los 90 ‘s: pizza, champán, menemismo tardío y hoteles con olor a naftalina. Es el lugar del punk, el skate y la melancolía. Es donde sucede, desde 1954, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. 

Desde que consumo cine mi mente tiene imágenes más ricas y desde que la situación política es más compleja, cuando tengo tiempo libre, solo quiero ver películas. No lo tomo como una abstracción, sino como un momento de alivio y rendición ante la belleza, no importa si termina no gustándome lo que veo. En lo posible, hay que tomarse el tiempo de hacerlo, es decir, la belleza puede sorprendernos, pero, a veces, hay que ir hacia ella. Eso es algo que vas aprendiendo a medida que creces; después comprendes que esas simples acciones son un compromiso. Un compromiso muy importante. 

La última vez que fui al famoso Gaumont, vi Nueve Reinas, película argentina dirigida por Fabián Bielinsky, con Ricardo Darín y Gastón Pauls. Nueve Reinas se hizo en el año 2000, previa al estallido del año 2001, cuando el proyecto de convertibilidad de Menem ya estaba en crisis. En la película, dos estafadores en la ciudad de Buenos Aires se conocen y se involucran en un negocio que les puede hacer ganar dinero. Toda la acción transcurre en veinticuatro horas, lo que mantiene al espectador en un estado de tensión constante, como si estuviera frente a una bomba que está por explotar. La misión consiste en robar unos sellos falsos conocidos como «las nueve reinas» para que un millonario y empresario las tenga en su colección. 

A medida que avanzaba la trama, afuera del Gaumont, se llevaba a cabo una protesta por el cierre del INCAA. En la manifestación había un número considerable de personas, entre ellos, cineastas, actores, y trabajadores del mundo audiovisual. 

La movilización se dió en un contexto de desfinanciamiento transversal por parte del gobierno de Javier Milei a todas la áreas. El mismo, como sostiene Agustín de Torre, secretario de ARAER (Asociación de Realizadores Audiovisuales de Entre Ríos) en una nota para El Argentino: “no solo afecta a los cineastas y a los trabajadores de la industria cinematográfica, sino también a más de 700 familias que corren el riesgo de quedar en la calle”.

La trama de Nueve Reinas avanzaba, si, pero la realidad lo hacía de manera avasallante, tanto que la proyección de la película tuvo que ser interrumpida para que la gente que estaba siendo reprimida pueda pasar por la puerta de emergencia que tenía la sala y salir hacía el otro lado de la calle. Cuando el trabajador del Gaumont se paró frente a la pantalla a pedir disculpas por el corte, le temblaba la voz: “vengan otro día, les hacemos valer la entrada” decía gritando, culposo. Las bombas a punto de estallar no eran Darín, ni Pauls, ni las estafas que veíamos en diferentes escenas de la película; éramos nosotrxs, lxs que salíamos por la puerta de atrás con la sensación de que la historia muchas veces es una estafa, y que, en todo caso, quienes deberían salir por la puerta de atrás, cabizbajos y avergonzados, son los muchachos que hoy juegan a la timba con el hambre y el desempleo del país. Jamás terminé de ver Nueve Reinas, y cuando pienso en ese día, solo recuerdo a mi corazón como un globo gigante que colgaba del techo. El olor a gas pimienta en el cine. La realidad como una película de terror inevitable.

Ver películas es salir de la mente para entrar en la mente. Es como si la mente fuera una casa y salieras de una habitación para entrar a otra. Hace poco leí un poema que decía “Preguntarse es cómo caerse por toda la mente”, y ver películas se siente más o menos así, es como leer un poema. Por eso voy sola, elijo mi asiento, y llevo comida a escondidas. El otro día entré con un shawarma en una bolsa, cené sola y vi algo hermoso; también ir al teatro, a una milonga y ver cómo la gente baila, es una gran manera de pasar los días.

Ante los escenarios oscuros y su violencia, quizá la respuesta sea que no siempre hay respuesta, y que, probablemente, nunca la hubo. La cuestión es cómo nos paramos frente a eso como sociedad, frente a la pulsión de muerte, esa vieja amiga argentina, que entra en la sala de diferentes maneras y se hace presente. Si el hecho de que nos tiemble la voz va a callarnos, volvernos mudos, o nos dará la oportunidad de reflexionar, de tomarnos un momento para observar hacía dónde es qué va el “nuevo mundo”, ese mundo tan viejo como el que conocemos, y qué lugar ocupará de ahora en más el arte y la política. Hay que tratar de volver a la escena en la que somos humanos, sentados alrededor del fuego simplemente observando, somos tan sencillos e ingenuos e increíbles ahí.

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