Atarse y desatarse
Por Violeta Sticotti
Dibujo por Momo Scacchi
Federico Falco es autor de varios libros de cuentos y una nouvelle, Los cielos de Córdoba. Los llanos, publicada en noviembre del 2020 y finalista del premio Herralde, es su primera novela.
En Los Llanos el protagonista decide alejarse de la ciudad en busca de un contacto total con la naturaleza, cultivar una huerta, instalarse en otro lado para atravesar un duelo amoroso. La historia y el paisaje se revelan de a retazos, casi en tiempo real. En Los Llanos no hay apuro, sino tiempo para, de a poco, volver a armar un relato hecho de fragmentos de paisaje y recuerdos, conversaciones y animales. La escritura en los huecos del aburrimiento y el pensamiento, la narración a pesar de todo.
Charlamos con Falco, instalado ahora en las sierras de Córdoba, sobre la relación entre los oficios y la literatura, su vínculo con la escritura, sobre qué escribir cuando se agota el pensamiento y cómo fue el proceso de construcción de Los Llanos.
Hay en Los Llanos una mezcla de registros que me pareció diferente a las cosas que habías escrito antes, una estructura más abierta.
Me pasaba siempre a la hora de escribir cuentos, que es un género más fijo y estructurado, que de alguna manera buscaba hibridizarlo un poco, y en algunos casos estirarlo más a la poesía. Extender el cuento, explotarlo, buscar estructuras más asimétricas, más salidas de lo que sería un cuento tradicional. Entonces en algún punto eso ya estaba, pero me parece que era algo que corría por debajo de la superficie del texto, tenía más que ver con las estructuras, y de alguna manera lo que estaba en la superficie era claramente narrativo. Me parece que en Los Llanos lo que pasó fue que esa búsqueda quedó en la superficie del texto, pasó algo nuevo. Hay una mezcla y un solapar materiales, tomar textos de diferentes registros, ponerlos uno al lado del otro y ver qué pasa con eso. Empezar a ver cómo se afectaban unos a otros, como se reacondicionaban, cómo se generaba algo nuevo a partir de obligarlos a coexistir.
Hay algo fragmentado, entre el diario, por el orden cronológico y lo subjetivo, y el cuaderno de notas, como ese espacio donde un escritor ensaya o proyecta distintas formas narrativas
Sí, cuaderno de notas me gusta más que diario. El diario está siempre ligado a un registro de las emociones. A poner ciertas emociones en palabras y a cierta cotidianeidad.
El cuaderno de notas permitía dar cuenta del paso del tiempo del personaje y por otro lado ir trabajando en esa forma un tanto fragmentaria, que tiene que ver con una cotidianeidad e ir encontrando cosas y anotarlas de la manera en que las ideas iban apareciendo, cómo va aconteciendo el tiempo y dejar un registro de eso. Ahí fue cuando de alguna manera la novela empezó a tomar forma.
Por otro lado lo fragmentario me interesaba porque es un personaje que está estallado.
Es un personaje que viene de una crisis que detonó otras crisis, una crisis de pareja que detona una crisis de vida, de su relación con la escritura, y hay algo de un relato que se le desarmó. Que está ahí como esperando, haciendo tiempo hasta volver a armar otro relato. La idea del fragmento como lo astillado. Quedaron astillas y él mismo no puede armar el texto, entonces empieza a aproximarse de otras maneras, pequeños fragmentos, restos, sobras, y pequeños gérmenes de algo nuevo. Pequeñas miradas, ir tanteando terrenos nuevos.
También es cierto que el diario está muy ligado a lo confesional, y en Los Llanos se cuelan listas de compras, recuerdos, diálogos.
La idea del cuaderno de notas era, en mi fantasía, un lugar de mucha libertad.
Hay una pequeña referencia a eso en la novela, una parte donde el personaje cuenta que se había llevado un diario donde escribía todo, en esos primeros meses después de la separación, y que nunca había vuelto a leer. Había algo en ese registro que se agotaba.
En mi lógica lo que el personaje trataba de hacer en ese diario era entender a partir del pensar. Pensar las cosas y reflexionarlas y quejarse y darle otra vuelta y lamentarse tratando de entenderlas, como si entenderlas pudiera solucionar algo. Me parece que en el cuaderno de notas lo que pasa es otra cosa. Es una instancia posterior. Ya se dió cuenta que de esa manera no se soluciona, que pensando no puede resolverlo, que pensando se enreda más y le da lugar a algo nuevo que es otro tipo de anotación. La anotación del clima, del tiempo, de la reflexión, de mirar más hacia afuera y no tan hacia adentro, de la memoria también, de tratar de focalizar en la huerta.
Una de las frases que para mi habla de la novela es la de desarmarse y volver a armarse. Un desatarse y volver a atarse. Y me parece que a lo que se ata es a esa escritura del afuera.
Hay un momento de la novela donde el personaje reflexiona sobre la elipsis, esos momentos de espera o aburrimiento que en algunas ficciones están borrados. Es como si la novela hiciese el proceso inverso y mostrase esos tiempos, del duelo, de la huerta, en relación con el tiempo de la escritura
Sí, hay algo que tiene que ver con el cuento como forma narrativa que hace en general a la hora de sentarse a escribir uno se centre en los momentos importantes de la trama, en los momentos donde de alguna manera hay cambios para la vida del personaje, o sobre todo también donde hay conflicto, pruebas que hay que superar, cosas que salen mal, cosas que hay que rehacer, enfrentamientos entre personajes enemigos o también entre ideas enemigas. Esa es una de las cosas más fuertes del cuento como género narrativo: tienen que pasar cosas.
Me parecía un buen desafío enfrentar esos otros huecos, lo que queda afuera, qué pasa cuando no hay cambio, cuando no pasa nada, cuando lo que hay es tedio o aburrimiento o en este caso un duelo, que es una cosa que el personaje no puede manejar, que va y viene, que es un estado gaseoso, donde no hay una acción a realizar. No es “hago esto y terminó el duelo” sino que es más un estar ahí, un tiempo suspendido y un proceso que se va dando a pesar del personaje. En ese sentido me parecía que escribir los huecos que quedan en una narración más tradicional y el duelo como proceso que está atravesando el personaje eran dos ideas que se llevaban bien.
Y también está la escritura del personaje en relación con el paisaje
Claro, esa es la otra pata. Ese paisaje donde de alguna manera no pasa nada, que es un no pasar nada que la novela misma pone en jaque. Esa primera idea de un plano general de la pampa que se resuelve en una línea y un horizonte que corta dos campos, la idea del potrero y cielo, esa idea empieza cambiar cuando hay un zoom in sobre distintas cosas, planos detalle, como desglosando la pampa. Empieza un proceso de nombrar ese paisaje, de llenar ese vacío que también me parecía que tenía que ver con el rearmarse después del duelo o con el proceso del duelo en sí mismo. Ante ese paisaje vacío explorarlo, nombrarlo, compartimentarlo, marcar hitos, conocer quien lo habita, conocer su flora y su fauna, trabajarlo.
Trabajarlo no necesariamente en el sentido laboral sino en el sentido de gastar energías ahí. Un hacer en el paisaje. La idea de la huerta tiene que ver con una fantasía de poder satisfacer todas sus necesidades alimentarias ahí, poder volverse autosuficiente, que es algo que después no va a lograr, pero hay un gastar la energía del cuerpo y gastar el tiempo cavando, sacando yuyos, haciendo cosas en pos de volverse autosuficiente.
¿El proceso de escritura fue también fragmentado o hubo una idea previa, un plan, de que sea así?
No, de hecho fue un proceso totalmente nuevo para mí. En general mi forma de escribir hasta los cuentos de Un cementerio perfecto tenía que ver con tener una idea, tener el comienzo de algo y empezar a desarrollarlo. Siempre con una meta muy clara. Y cuando estaba escribiendo Un Cementerio perfecto sentí que había algo en mi relación con la escritura que se había vuelto un poco instrumental, y me estaba cansando de esa manera. A mi escribir me gusta mucho pero sentía que había que reflotar esas ganas, y tenía que cambiar algo de mi relación con la escritura. Entonces empecé un proceso que duró un par de años, que era de escribir sin una utilidad, escribir sin saber muy bien para qué, escribir algo porque me gustaba escribirlo, porque me llamaba la atención. Casi como una idea de acumulación, de cosas que te gustan entonces las agarrás, las ponés sobre la mesa, y ves qué pasa. Un poco como una urraca que recoge cosas que le gustan y las trae a su nido.
A mí me gusta esa metáfora de juntar materia prima, juntar arcilla. Fue un proceso que duró varios años y que no tenía realmente norte. Fue cambiando, mutando por diferentes zonas de interés.
Fue un proceso diferente de trabajo y también un proceso un tanto sorpresivo para mí, entender que había cosas que se relacionaban y eso tenía la forma de una novela. Cuando yo me di cuenta de que era una novela, una buena parte ya estaba escrita y después simplemente quedaba editar, elegir qué fragmentos sí y cuáles no, completar algunos huecos, reescribir ciertas cosas, pero a partir de una serie de materiales que ya estaban sobre la mesa y se habían generado un poco azarosamente y otro poco siguiendo mi propia búsqueda.
La idea de ponerlo sobre la mesa es literal: me parece importante cada cierto tiempo imprimir todo lo nuevo que tengo y volver a leerlo. Me tomo un par de días para releer lo que hay, pongo una cosa al lado de la otra, qué pasa si junto esto con esto. Es casi un proceso físico, de mucha materialidad.
¿Los momentos de escritura son aleatorios?
Los momentos de escritura son aleatorios hasta cierto punto. Por lo general escribo todas las mañanas. Ayer por ejemplo hubo una situación acá con un vecino, me lo crucé y me contó una serie de cosas. No es que me contó una historia sino que estábamos hablando de un tema de la leña, y yo me empecé a imaginar una serie de cosas respecto a eso, entonces saqué el teléfono y en mi archivo tomé un par de notas. Esa mañana me desperté y estaba soñando con una situación muy parecida, pero le agregaba detalles.
A partir de eso se armaron dos o tres escenas que hay que escribirlas, y que será una mañana de escritura; cuatro, cinco, seis carillas que me dan muchas ganas de escribirlas. No sé para qué, para que queden ahí. Entonces la escritura por momentos es azarosa en el sentido de que hay cierto estado de alerta, de poder ir tomando notas sobre la marcha en el teléfono pero después también hay una parte de sentarse, desarrollar esas notas y expandirlas. En este momento estoy en un proceso similar a los primeros años de escritura de Los Llanos, en ese momento no tenía idea de que estaba escribiendo una novela. Ahora estoy escribiendo algo. No sé qué va a salir de ahí pero bueno, me gusta la idea de la escritura como una práctica. Algo que uno hace todos los días, que se acumula, una especie de forma de organizar el día y el tiempo.
¿Ese estado de alerta del que hablás es constante?
No, es medio una deformación profesional, uno escucha lo que quiere escuchar también. Tiene que ver con dejarse guiar por lo que te interesa, lo que te da ganas, lo que te genera cierto deseo y disfrute.
Ahora mucho tiene que ver con un paisaje que no conozco del todo, con una zona que para mí es relativamente nueva, con habitar esa zona de una manera diferente. Mucho tiene que ver con cómo llaman los lugareños a diferentes zonas del paisaje , a diferentes zonas de la montaña, con aprender nombres de árboles nuevos que no terminaba de reconocer.
Me gustan mucho los procesos. Por ejemplo hace un par de días la salamandra empezó a generar mucho humo, estaba tapado el caño de la salamandra con hollín y esta mañana vino un chico que trabaja acá a limpiar el caño y me explicaba cómo prender una salamandra, algo que yo siempre supe hacer o que siempre creí que supe hacer, y de pronto me lo explicó de una manera totalmente nueva, con otras técnicas, palabras, con otro léxico totalmente diferente. A mí todo eso me parece novedoso y me dan ganas de escribirlo, un poco para aprenderlo, para recordarlo, pero también me parece que hay algo muy bonito en esa manera de nombrar ciertas técnicas: cómo se prende una salamandra, por ejemplo. Incluso es algo que uno sabe hacer pero que al escribirlo y al tener que ponerlo en palabras aparecen un montón de cosas nuevas. Cosas que son tan automáticas que nunca las pongo en palabras.
De nuevo son de algún modo elipsis, ¿no? cosas que no solían aparecer en tus libros
Tal vez estoy interesado en esas cosas que no se escriben, en esta época de mi vida.
A mí me parece que aunque tal vez no sea útil esa escritura (a quién le puede interesar leer cómo se prende una salamandra o cómo manejar 900 km) en mi caso fue importante entender que no importaba si era útil o no, sino que a mí me obliga a hacer foco en eso y a ponerlo en palabras, y que después del proceso de re-leerlo, en un mes cuando imprima y relea todo eso, tal vez de ahí va a surgir algo.
Una de las cosas que me obsesiona mucho es cómo se piensa, cómo se siente, cómo se negocia eso con el lenguaje. Hay cosas que yo pienso, o cosas que siento pero que de alguna manera las pienso en un lugar que está más allá del lenguaje. Como el instante en que te preguntan ¿línea coca o línea pepsi? y no pensas, porque es una decisión que ya tomaste. En algún momento hubo un pensamiento ahí, un pensamiento que de alguna manera es más rápido o subterráneo a las palabras, y ponerlo en palabras hace que se empiecen a ralentizar las cosas. Ahí hay algo de poder tensar los límites del lenguaje, ver hasta dónde puedo llegar a entender con palabras cosas que quedaron afuera. Es como ir ganándole terreno al río.