Aspiraciones desubicadas

Por Mariana Cerviño

Dibujo por Renata Molinari

M: ¿Vale la pena seguir hablando de “arte argentino”, en una escena actual tan desperdigada, en la que muchxs artistas argentinxs viven en otros lados, dialogando con otrxs artistas y cuyas referencias más directas quizá no están dentro del arte argentino? Incluso la formación es poco nacional de muchxs de nosotrxs, si tenemos en cuenta tanto los programas de las universidades o escuelas de arte como las residencias e intercambios. ¿Qué hay de interesante en esta etiqueta para conservar, o qué parte es opresiva y no tiene sentido?

P: No sé qué decirte sobre eso. Porque lo cierto es que yo vengo de una situación como la que acabas de describir vos; de joven me interesaba todo lo que se hacía afuera, me miraba en otros artistas de países centrales, en artistas famosos. Me gustaban las canciones de rock cantadas en inglés, que no entendía. Al arte argentino lo descubrí con el tiempo. Me parece que tiene que ver con empezar a mirarme a mí, a mis amigos, mis compañeros de ruta, los que me precedieron en el campo del arte. Empezar a descubrir eso que compartimos.

M: De todas maneras me parece que en la idea tuya que se sintetiza como del “metro cuadrado”* hay un poco una mini nación, partir de lo local y de lo situado, plantarte en cómo hacer arte desde una situación precaria y periférica en toda tu obra.

P: Sí, el metro cuadrado era estar parado sobre mis posibilidades materiales. Yo ahora me estoy refiriendo a las aspiraciones y las fantasías. Las ilusiones. Por eso te digo que me voy sintiendo argentino o latinoamericano, con el tiempo. Y qué sé yo, me da vergüenza pensar que se me puede asociar, por mi interés por la escena local o el pasado de esa escena, con algo nacionalista. Y tengo sentimientos contradictorios. Una cosa que me pasa cuando pienso en las posiciones nacionalistas es que la aspiración, la ilusión de comprendernos y de entendernos me resulta algo improductivo y un poco infantil. Pero al mismo tiempo, si pensar mi trabajo y el de los otros con los que comparto un montón de cosas no nos sirve para el autoconocimiento, ¿Qué sentido tiene?

M: Como un tema de ubicarte

P: Claro. Como si ese autoconocimiento fuera posible solo cuando esa aspiración de entenderte y conocerte se hace trizas. Así como la primera ilusión era “yo dialogo con Andy Warhol, no con Jorge de la Vega” (no sé por qué se me ocurre esto, quizá porque justo de la Vega era alguien con quien dialogaba mucho, tal vez, porque en su última etapa parecía un pintor estadounidense). En fin, mejor ejemplo sería que uno de joven sentía que dialogaba con Andy Warhol y no con Marta Minujín, una artista que hoy me genera un montón de sentimientos ambivalentes, mezclados con mucho respeto, amor y una enorme admiración. Pero lo que te decía antes es que el verdadero autoconocimiento aparece cuando se hace trizas la ilusión de autoconocerte, de poder comprenderte y explicarte. El verdadero quid de la cuestión es: para qué sirve autoconocerte si no es para amarte y aceptarte.

M: Y negarte, no necesariamente uno tiene que abrazar lo que es, puede renegar de eso y aspirar a otra cosa.


P: Sí, claro, cuando te digo de aprender a amarte es porque todo eso es muy duro para un argentino. Aún la gente con privilegios de este país, creen que dialogan más con Madonna o con Cher que con Susana Giménez. Pero están mucho más cerca de Susana, ¿no? Una persona encantadora y talentosa pero que su show es una copia de uno europeo, que hizo su fortuna con un bingo por televisión, y que después desprecia a este país y se cree con la autoridad de bajar línea, de decir cómo deberían ser las cosas. Así somos todos.

M: En contraposición a una autoconciencia marxista más clasista, en el sentido de “condiciones materiales de vida” me parece interesante también incorporar las fantasías, las aspiraciones desubicadas, que no corresponden a esa situación, que vienen de otro cuelgue…

P: Eso me parece que proviene del amor, de cuando uno se ama y ama a los que están en una situación parecida. Como por ejemplo, ver como nos autopercibimos como personas complejas o misteriosas y en realidad somos más bien ridículos. Como Horacio González y Spinetta que son hermosos, complejos, pero tal vez ridículos. 

M: ¡Pero divinos porque te hacen soñar! Te prometen cosas y re vas.

P: No sólo eso, no sólo prometen, también hay algo que te dan, el deseo, el sentir que te dan permiso para hacer el ridículo. La idea de que a través de las palabras vas a llegar a una transformación.

M: Spinetta…

P: Salvo eso, Marian, no me identifico con la defensa de valores locales. Va pasando la vida y el arte tiene que ayudarme a seguir adelante, obtener algún tipo de entusiasmo. Entonces no puedo dejar de pensar en esas cosas. Después también me permito más que antes la fe o el fanatismo ¿porqué no?. Y el arte contemporáneo es una herramienta para desarmar todas las jerarquías, todos las certezas. Entonces, vamos por ese camino: si todo lo que ves, todo lo que hacés puede ser arte. ¿Por qué no amar la obra de alguien, tan sólo porque conoces a esa persona, porque conoces a quien lo hizo? 

Algo así me sucedió el año pasado en la clínica del programa de artistas del Di Tella. Teníamos que presentar un artista que nos gustara, mostrar fotos de su obra y contar por qué, y yo elegí a Marta Minujín y fue una experiencia muy enriquecedora porque me pude conectar con ella de la manera en la que yo me conecto con todo lo que amo, que es también entrando en fricción, odiando un poco. Y con Marta me pasa eso. Y pensaba, ¿no es una suerte inmensa la que tenemos, de que parte importante de nuestro canon sea esta mujer tan mamarracho, tan ridícula y no un artista conceptual, un macho lúcido y latinoamericanista, un conceptualista político y respetado? Esta mujer es una burguesa y a su vez es una genia, porque ha hecho muchas cosas maravillosas. Me compré su libro, ese diario de juventud que escribió en París y el lector advierte que se la pasaba con Alberto Greco viviendo empastillados, diciéndole a los galeristas “nosotros hacemos obra con caca, con pis” y vos te decías, pero qué personas más horribles, qué asco de gente y al mismo tiempo te reías. 

Pero todo eso me parece que está ligado al amor, a la aceptación y al autoconocimiento. Yo doy por hecho que el autoconocimiento, avanzar en ese camino para un artista argentino produce mucha decepción, cierto dolor, etcétera. Entonces después de eso, el autoconocimiento lo que trae es autocompasión, alegría y ganas de reírte, no dolor.

* Marcelo Pombo, figura ineludible del arte de los 90, acuñó la conocida idea de un compromiso sólo posible con  “el metro cuadrado” que lo circundaba, en una mesa de discusión moderada por Jorge López Anaya, en la Fundación Patricios en 1994, durante la muestra “90-60-90”, en la cual participaba junto con León Ferrari y Luis Felipe Noé.

*Texto publicado en el Flasherito Diario n°19