¿¡Argenquéeeeeeeee!!?
Por Liv Schulman
Dibujo por Leopoldo Estol
¡Vayamos a bailar tango! ¡Para que todo el mundo sepa quienes somos!
¿Qué somos?
¡Que somos argentinos!
Escucho una frase venir del pasillo como una voz de tenor teatral. Es Piro Jaramillo haciendo una burla sobre nuestra condición de extranjeros en Leipzig. Hace varios días que estamos en la ciudad como representantes de El Flasherito. Vamos presentando el diario en diferentes eventos festivaleros en los que somos felices. Entramos en conversaciones como “¿Ves? En Argentina se pronuncia la Erre así” “¿Agi?” “ No, así : Errrrre”… y después paseando por uno de los múltiples parques que dibujan la ciudad desde su mismo centro “¿Esto que sería? ¿El equivalente de Parque Lezama no?”
Recuerdo que muchas veces viajar es comparar, medirse, competir. Aunque ya no sé muy bien qué significa viajar, sobre todo después de esta pandemia. En realidad ya no sé muy bien qué le pasa a la identidad cada vez que viaja. Estoy acá para hablar de arte argentino en el exterior. Obviamente no tengo idea de lo que es el arte argentino porque lo vivo a través de un tizado de relatos, experiencias subjetivas, combinaciones de elementos que me van contando. Esto no tiene que ver necesariamente con vivir afuera porque mis amigos que están adentro del país también me cuentan que se sienten afuera y adentro de la escena y que no saben cómo relatarla. No es tanto la geolocalización, es la edad. Por eso recolecto fragmentos de escuchas, miradas, núcleos móviles que se van desplazando por las periferias de ese gran fantasma que es el Arte Argentino. Me viene esta frase a la cabeza: El que convierte no se divierte.
Cuando volví a Argentina en el 2011, después de haber estudiado 7 años en Europa, no conocía a nadie y me la pasaba comparando. En tiempos donde la identidad es oro cada unx tiene que tener algo. A mi me parecía que lo mejor que tenía era haber estudiado afuera. Pero lo peor que tenía era no conocer a nadie. Así que me interesaba ubicar mi valor agregado y trataba de meterlo como bocado en cada conversación. Por ejemplo:
-ah, acá todos tienen galería
-si es muy común
-no porque en Francia es más el Estado que se ocupa de coleccionar el arte ¿entendés? (ocultando problemas más personales que globales) Son más las becas, no tanto el mercado.
-ah… bueno no sé.
-no digo, porque yo no soy tanto una artista de galería viste, soy más de becas, de residencias…
-ah
¡Lo que más recuerdo del momento es que nadie me quería escuchar! Aunque yo insistía. Y tenían razón, ¿por qué lo harían? ¿A quién le interesa compararse con una experiencia que no vive? Ahora ya no trato de hacer eso porque es bochornoso y sobre todo porque no aporta nada: Una escena se vive en el presente. Lo mejor que podía hacer en ese entonces era adaptarme y así lo hice: viendo que todo el mundo escribía yo también empecé un ciclo de poesía y performances en un subsuelo porteño. Tuvo mucho éxito para mis expectativas. Y así fue como me hice algún amigx, dándoles algo que en realidad yo necesitaba.
Recordamos en grupo que en ese momento había algo de ritual, algo de haber ido a leer al sótano de una librería. Leer y ser escuchadx y escuchar a otras personas. Tampoco era algo que hubiera que pagar y no se vendía ni se compraba nada. Por eso recordamos el tiempo de las lecturas en Popularity como una forma de ritual colectivo. Había la intensidad de la gente que busca sentido a través de compartir textos con otrxs. Y es que yo estaba desesperada. Estar desesperada es laudativo, provoca desde su error un afecto necesario, y gracias a mi desesperación, se generó intensidad y puso en sintonía otras desesperaciones. Hay algo característico de la impostura en la escena del arte que a mi me parece muy positivo, la porosidad ideal para llegar un poco de la nada y que el medio te acepte.
Hace bastantes años que sufro del síndrome del impostor. Vivo con la convicción de que en algún momento se van a dar cuenta, sobre todo desde que me mudé de nuevo a Europa. ¿Pero darse cuenta de qué? ¿De que no sé usar una cámara? ¿De que nunca fui al Buenos Aires? ¿Qué es lo que de verdad me daría legitimidad? Cuanto mejor me va, más sufro de impostura, siento que como artista mujer y hablando un idioma que no es el mío estoy haciendo algo que en el fondo no está permitido y vivo esperando que reaparezca el controlador a sacarme del asiento. Pero a medida que pasan los años también me voy dando cuenta de algo: me conviene creer que todo esto no es solo un sentimiento individual sino que es más capilar, y a veces incluso es productivo. El síndrome del impostor, tan común en los cuerpxs feminizadxs se transmuta en la arena del arte haciendo historia, y justamente, fuera de toda voluntad de impostura, la historia del arte contemporáneo argentino, está muy allanada por mujeres y homosexuales. Mientras tanto en Francia (que es donde vivo) a las mujeres no se le permitió el ingreso a la academia de Bellas Artes hasta en 1914, donde solo entraron a tomar clases de dibujo, por lo que quiero decir: tenemos cosas muy lindas, menos viciadas por los caminos oficiales de la represión y por lo menos tenemos imaginación.
Si la imaginación es el recurso principal de la impostura, en ese sentido es un eje de liberación, y a veces siento que eso es lo mejor que tenemos. Yo sé que sufrimos porque el arte no viaja o viaja poco, porque desde afuera se percibe el deseo latente de que alguien nos saque de la marea y nos la pasamos preguntándonos ¿Cuándo vienen a redescubrirnos lxs curadorxs internacionales? Cuando me volví a ir de Argentina en el 2015, tuve que vivir una especie de duelo porque para volver a vivir la fantasía internacional hubo que desprenderse de casi todo. Eso fue duro, pero habiendo visitado el estado del mundo en este momento y haciendo revisionismo histórico estoy contenta de no haber tenido que performearme a mi misma para existir: No tuve que fingir argentinidad o exagerar una identidad para obtener algún tipo de valor global. Soy consciente de ese privilegio.
Los cuatro años que pasé en argentina fueron muy formadores: me enseñaron a confiar en la imaginación y en el afecto de los amigos. Tanto que nunca quise desprenderme de nuestra mentalidad colectiva ni de mis amigues con quienes sigo trabajando.
A veces pienso que los Argentinos estamos obsesionados con ser argentinos. Así en masculino lo pienso, como si fuera un chiste del patriarcado. Por la patria lo digo. Cuando pienso en la patria de los argentinos pienso en un señor bigotudo sentado en la cabecera sacudiendo la mesa con el puño, haciendo saltar los Capelettinis sobre el mantel, rodeado de su familia que levanta los ojos al cielo una vez más. ¡Un patriarca familiar! Me doy cuenta de que esta es una imagen viciada, pero ¿Qué somos? La obsesión por definirnos, pensarnos, pensar la genealogía política que afecta nuestros inconscientes es permanente. No sé si es un afecto de nuestra endogamia o del constante compararse con lo que no logramos ser. Pero el resultado porteño (digo porteño porque no se como se sienten en otras provincias) por algún motivo siempre es negativo, siempre estamos amargadxs, arengadxs, desenfocadxs, frustradxs lo que a su vez nos hace, para mi, creativxs.
Hace años que noto que el fantasma que asola a cualquier sociedad de país rico es la identidad y siento que esta tendencia es un opio en el sentido marxista, y es lo peor que nos podía pasar. Es lo que tienen lxs que no tienen nada, y eso se explota al máximo hundiendo a las personas en cajitas de identidad hasta que la identidad termina siendo la moneda y el valor de cambio y el recurso somático y el eje del bienestar culpógeno europeo, y siento que eso además de hacerle mal al mundo le hace mal a la identidad misma porque la reduce a una comodificación, o a un bien que tenemos que usar para negociar un derecho a estar en el mundo que nadie debería negociar. Hay muchísimos estudios al respecto, yo solo puedo hablar del arte, de lo que me hace a mi ahora ser argentina o no en el arte y lo que entendí es que:
No me hace nada. O más bien quiero decir que yo no hago nada con eso, lo cual siento que esa es una manera de hacerme ser argentina. Me hace hablar un idioma mental, pensar de alguna manera que no sé si es nacional o personal, pero que contiene un ser muy íntimo y muy imperfecto, que es una manera de ser yo misma. Digo para que me toque ser algo, si es obligatorio ser algo por lo menos estoy contenta con ser este argentino medio fallido. Cuando me mudé a Paris me sentí un poco melancólica. ¡Ese sentimiento lo conocía muy bien! Es como estar en Buenos Aires, en el medio de una sociedad que no logra hacer el duelo de su propia cultura. Así era París para mi, tiene una escena del arte fragmentada en mil escenas que desbordan los límites periféricos de una ciudad en donde casi nadie puede vivir. Expulsiva, cara, racista, misógina y snob me generaba un sentimiento de malo conocido. Pero para mi faltaban el humor y la ironía, esas herramientas tan nuestras que nos ayudan a sobrellevar las sucesivas crisis. Después supe ver que en esas escenas del arte parisinas y peri-parisinas y francesas en general que se unían y fragmentaban se cocinaba una crítica muy creativa, una crítica contra la colonización del pensamiento, lxs cuerpxs y los territorios. Una escena muy encendida y joven, obsesionada con la pregunta sobre el trabajo, el sueldo y lo que significa trabajar de artista en este estado del capitalismo tardío. ¡Esa obsesión por el trabajo me hace sentir afectos contradictorios! Pero recuerdo que la misma pregunta nos hicimos al inicio de este mismo diario ¿“Como se vive de lo que unx hace”? pegada de la ecuación contradictoria : Odio trabajar pero amo el arte, ergo el arte no es trabajo ni quiero que lo sea, ergo abajo el trabajo, y por ende abajo las vacaciones respuesta final: estoy cansada. Esa pregunta me va a perseguir para siempre y no sé como resolverla, creo que es más una pregunta sobre la economía de lxs artistas.
Cuando volví a Paris (dije volver porque había estudiado allá) entendí que tenía que hacer como en Buenos Aires, a pesar de sus siglos de historia del arte la ciudad para mi era un cantero y tenía que usarlo para crearme un lugar. Por eso usé mucho humor en la obra, porque el humor era la herramienta más devaluada y menos oficial, y al final de alguna manera funcionó porque vivo en una sociedad que dentro de todo me acepta y me recibe. Pero algo quedó faltando, o por lo menos no lo resolví y a veces me aburro, pero por ahí me aburro de estar conmigo misma. ¡Anda a saber qué es habitar un país cuando la mitad de la cabeza vive en Argentina 2012! Lo cierto es que yo nunca pude cerrar negocio con esta cultura francesa que vine a habitar, posiblemente haya algo que no quiero escuchar, porque como mucha gente sabe, un día llegué a lo de mi analista gritando: “¡Estoy sorda! ¡Y nunca tuve un novio francés!”
Julio 2021
*Editora invitada, Mariana Cerviño