Antes y después de la casta
por Piro Jaramillo
dibujo por Lino Divas
Vivimos en nuestra burbuja de clase (superpuesta a la que nos legó la pandemia): no sabemos cómo vive el otre. Gente durmiendo en la calle, gente yendo a comedores populares, gente desempleada, con problemas de alquiler. Los que pueden, compran dólares. Los que no, se gastan el sueldo en restaurants o sobreviven mirando pantallas.
Esa entidad llamada “la gente” está cansada. O sea: estamos cansadxs (algunxs más que otrxs). Pasamos demasiado tiempo encerrados en casa y la fiebre de ser campeones del mundo parece haber cedido. Se disolvió lo que parecía unirnos y el sistema electoral logró absorber parte de ese descontento.
Javier Milei convenció a más de siete millones de personas de que los problemas de Argentina fueron causados por la clase dirigente y de que él es la mejor alternativa para dirigir el país. Irrumpió con fuerza y novedad en medio de un panorama de hartazgo. Nadie lo vio venir.
Algunxs ven en su victoria un mensaje contra Juntos por el Cambio y Unión por la Patria, partidos o alianzas que alternaron administraciones durante los últimos veinte años (JxC apenas cuatro) sin poder crear condiciones para un bienestar económico sostenido. Un voto contra el poder que ahora se arrima al poder. Otrxs sencillamente ven una invitación a soñar con un futuro mejor.
Milei parece haber representado mejor que Myriam Bregman el discurso y la sensibilidad antisistema. Dolarizar, desmantelar el Estado, derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo, cuestionar las políticas de memoria, verdad y justicia: eso también es parte de su menú, en sintonía con algunas banderas de la alt-right global.
¿Qué hubiera pasado si Javier Milei no se hubiera presentado a elecciones? ¿Cómo se hubiera canalizado el descontento de un tercio de los votantes? Hace más de veinte años, en Diciembre de 2001, la salida que encontró el pueblo ante la crisis económica fue la protesta. En apenas dos días hubo 39 muertos. Un mes después Eduardo Duhalde asumió la Presidencia, pesificó los depósitos en dólares, devaluó la moneda y habilitó un corredor de “normalización” del país que desembocaría en Néstor Kirchner.
La receta de Milei para salir de la crisis es exactamente contraria a la de Duhalde y para una parte de la población suena muy prometedora: quiere terminar con la inflación y poner dólares en los bolsillos de la gente. Siete millones de personas lo apoyaron, aún sin conocer los detalles del plan ni el riesgo de que al fondo del camino de la dolarización haya más endeudamiento y recesión. Optaron por creer, hartos de más de lo mismo.
La primera reacción de Unión por la Patria después de la derrota fue ensayar un discurso que oscila entre llamar a frenar el fascismo, convencer a la gente de que la derecha les va a quitar derechos, y hacer el menor daño posible en lo económico para evitar la fuga de votos. Hay una parte del progresismo que está dispuesta a ajustarse el cinturón con tal de no entregar sus valores. Pero tal vez esos valores ya no sirvan más para cambiar el resultado de una elección.
El lunes después de las PASO, Sergio Massa devaluó el tipo de cambio a pedido del FMI para que los exportadores tomaran coraje y vendieran sus dólares. El Banco Central empezó a recomponer tímidamente las reservas pero los precios subieron 20% en 24 horas. Pareció una decisión a medida de las expectativas electorales de Milei.
Juntos por el Cambio quedó menos a la derecha de lo que le hubiera gustado y ahora titubea institucionalidad mientras evita el ablande. Derecha y derechos están etimológicamente muy cerca y es un problema.
La misma cantidad de personas que votaron por Milei directamente ni fue a votar. Esa franja es como la última porción de una torta de la fiesta. Los invitados la miran a distancia pero ninguno sabe bien de qué manera agarrarla. Está lejos y medio deshecha. No saben si usar plato o servilleta. Si comerla con las manos o usar un tenedor.
Hay empresarios que en primera vuelta votaron al perdedor Horacio Rodríguez Larreta y ahora se decidirán por Massa pensando en que habrá mejor clima de negocios con él que con Bullrich. Milei cosecha apoyos diversos: desde el emprendedor coleccionista Alec Oxenford, que ya se pronunció a favor del plan de dolarización, hasta pastores evangélicos que llamaron a sus feligreses a votarlo detrás de la causa del pañuelo celeste. Miles de pibes con una granja de cripto en sus piezas que sueñan en convertirse en el próximo Elon Musk también van a volverlo a votar.
Una agrupación transversal llamada Comité de Revolución Imaginaria convocó hace poco a una asamblea para imaginar revueltas y “laburos que no nos expriman la vida”. De algún modo es la misma propuesta que algunxs escuchan en Milei. Otros como Carlos Huffmann, director del programa para artistas de la Universidad Di Tella, sostienen que la actividad artística es mucho más importante que la actividad política.
Pero la estrella del momento es Milei y alrededor de él se configura el resto de la constelación. Todavía no sabemos si es una revolución popular o si tiene jefes a quienes reporta cuando se apagan las cámaras. Tampoco sabemos quiénes serán sus aliados a la hora de gobernar y en qué representantes del poder económico buscará apoyo. El concepto de la casta fue tan penetrante que ya lo incorporamos en nuestras charlas y hasta hacemos chistes, cuando hace solo un par de años hacíamos chistes con “la patria es el otro”.
Gane quien gane, el próximo gobierno se encamina a dar un golpe de timón que genere, si no un cambio de rumbo, al menos una sensación de cambio de rumbo. Y aunque Milei pierda, algo que hoy parece improbable, está todo dado para que sus ideas sigan prendiendo en el pasto seco de la incertidumbre. Pero debajo de esa superficie también hay sustrato para que crezcan otrxs dirigentes y modelos de organización. El porvenir es largo.