Gracias por fumar
Dibujo de Leopoldo Estol
Esta Navidad hizo muchísimo calor y la pasé en una pequeña ciudad santafesina, con calles mayormente de tierra, una plaza, varias buenas heladerías, varias iglesias, ciertas evangelistas, un shopping venido abajo, boliches que abren hasta la mañana, y donde vive alguna gente de mucho dinero por esta relación intrínseca con este mundo un tanto opaco, a la vez paisaje, motor económico y fuerza política, llamado “campo”. Un par de días antes, fui a visitar Desmayo, la galería de arte situada en el centro de Rosario, llevada adelante por Mauro Guzmán y Nico Mareco, y cuyo nombre remite directamente al estado de cual estoy al borde debido al inmenso calor que mencioné ni bien empezar este texto y que estamos sufriendo todxs en esta parte del país. Al llegar a la planta alta donde se podían ver las obras de Aimé Fehleisen y Natalia Tealdi, Mauro y Nico, me ofrecieron un vaso de agua y me introdujeron las dos muestras individuales (primeras individuales para las dos artistas, por cierto) A la hora de los murciélagos y Otra fotografía posible. Con el cerebro ablandado y poca capacidad mental, pasé de una a la otra – la galería estando conformada de dos ambientes comunicados entre sí – derivando entre las obras de las dos artistas, y concentrándome como podía. Las recorrí de forma un poco desordenada, algo aplastada, hay que decirlo de nuevo, por el insoportable calor. ¿Será por eso que después, en mi viaje santafesino, me aparecieron espontáneamente como una sola experiencia? Porque sí, me pasó algo muy lindo: dos días después, recostada en el asiento coche-cama del Ñandú del Sur, las obras de las dos artistas volvieron espontáneamente a mi mente, sin ningún esfuerzo para recordarlas.
Mientras hacemos una parada inexplicablemente larga (más de media hora.. ¿¿por qué?? si nadie subía ni bajaba..?!) en un pueblo del camino, me acuerdo de los falsos origamis, Pasajes celestes y Phillip Morris que Aimé presenta en su muestra y que están confeccionados son sus boletos de colectivo a varias localidades de la provincia (entre las cuales la pequeña ciudad a la cual me estaba justamente yendo a pasar la Navidad) donde ella va semanalmente a dar clase. En estos interminables viajes Aimé busca insuflar poesía a su rutina laboral y dar sentido a la espera. Es lo que le permite el arte. Me contó que de hecho empezó a fumar en la cuarentena para sobrellevar estos tiempos muertos. A la vez que iniciaba su vida de fumadora, iba recortando para hacer los cuadros de su serie Viáticos de oro, plata y petróleo las pequeñas imágenes siniestras, de miembros atrofiados, dientes podridos, fetos grises y moribundos, que las tabacaleras están obligadas a poner, y a las cuales nos acostumbramos, aunque más o menos, para recordarnos que fumar mata. En esta intención se puede ver la gran hipocresía capitalista, y para eso les recomiendo la serie Mad Men y el capítulo donde se elabora la publicidad destinada a mostrar el cigarrillo como accesorio sexy a pesar de los estudios que ya lo condenaban por sus daños sobre la salud.
Atravesando las inmensas parcelas sembradas de soja que bordean casi toda la ruta hasta la pequeña ciudad, pienso: ¿Llegaremos a la misma doble moral con el glifosato y demás agrotóxicos? Su analogía con el tabaco es un lugar común: hay reportajes, libros, tesis, investigaciones y documentales que demuestran sus nefastas consecuencias sobre el medio-ambiente y sus habitantes, pero parece que no pasa nada ¿Entonces llegaremos a un mundo donde obliguen a las multinacionales responsables a poner enormes carteles en los campos con imágenes de mamas tomadas por el cáncer, de abortos espontáneos, de bebés malformados, para recordarnos que fumigar mata tambien? Natalia vive y produce en Pergamino, pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, que seguramente lleva algún parecido con cualquier pequeña ciudad de la Pampa húmeda. Allí ella fotografía la gente que vive en estos barrios fumigados y genera, con una técnica disidente, retratos libres de químicos, mientras habla con ellxs y sus hijxs. Con tiras de imágenes impresas en materias vegetales forma sus “atados” y genera “retratos”, extraños rostros vegetales. Más que una serie de obras es una serie de gestos los que constituyen Otra fotografía posible. Natalia pensó en este proyecto escuchando en una marcha las madres reclamar “OTRA AGRICULTURA ES POSIBLE”, eslogan derivado del “OTRO MUNDO ES POSIBLE” que reunía en los 2000 todas las esperanzas del movimiento altermundialista. Natalia tomó la consigna al pie de la letra.
Quiero volver sobre algo que dije al pasar y que no quiero que se entienda mal. Todas estas pequeñas ciudades deben de tener sus diferencias, soy consciente de esto y pido perdón a lxs lectores originarixs de allí, que seguramente conservan de su niñez un recuerdo maravilloso, pero para un ojo superficial y pasajero como el mío, y también para las necesidades de mi texto, las considero todas más o menos iguales, todas rodeadas de soja, bañadas de agrotóxicos, sofocando de calor y de tranquilidad. Si, son tranquilas. Esto me llama la atención. El ritmo en las pequeñas ciudades es el que en realidad buscamos todxs, ¿no? Al menos lxs que como yo están cansadxs de la vida en la ciudad grande, sucia, agobiante, sobrepoblada, ruidosa, etc, etc. En las pequeñas ciudades se hace la siesta a diario, se maneja lentamente, se emprenden una o dos actividades al día, sobra tiempo, se puede ir caminando a todas partes, hay más cielo. ¿Entonces qué pasa? ¿Por qué esta tranquilidad se confunde con aburrimiento? “Acá no hay nada que hacer” me dice mi amigo P. que viene de la ciudad donde estoy yendo a pasar la Navidad y que viaja en el asiento al lado mío en el colectivo. Aunque yo considere que es importante aburrirse, creo que tampoco tiene que ser una fatalidad y que habría estrategias para convertir este tiempo vacío en un verdadero tiempo libre. Claro que para eso habría que repensar totalmente la cultura del trabajo presente en estas pequeñas ciudades (y en la sociedad entera por supuesto), valorar el desarrollo personal, replantar los conceptos de comunidad e individualismo donde la intimidad y el invento de si-mismx tendrían un lugar preponderante, dar acceso a la cultura bajo todas sus formas y por supuesto a la naturaleza, liberándola de su función mercantil. Terminar con el aburrimiento de las pequeñas ciudades tendría que ser el objetivo de las políticas públicas. Muchxs de mis amigxs o gente que puedo conocer en Rosario, en mi taller de dibujo por ejemplo, y provenientes de pequeñas ciudades o pueblos de Santa fe, Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba, Chaco, Corrientes o Misiones, me mencionaron el aburrimiento mortal en su adolescencia, sus ganas de huir, de ser parte del mundo que no parece estar en estas pequeñas ciudades, este mundo que se ve en las pantallas, que unx imagina increíblemente más vivo y feliz. Disculpenme si les parece que me voy a la deriva en este texto pero creo que todo tiene que ver: el calor, la soja en el campo, la mala calidad de vida ahí sí tanto en las ciudades grandes como pequeñas, el aburrimiento, el conformismo, la invisibilidad, el deseo de escapar -“run away turn run away turn away” canta Jimmy Sommerville en “Small town boy”- la urgencia de otro modelo. Y las obras de Aimé y Natalia, por supuesto.
¿Qué arte hacer con y en las pequeñas ciudades? ¿Y también, en los pueblos, los barrios periféricos, las provincias alejadas de Buenos Aires? ¿Quiénes se hacen cargo no solo de su representación -acá el cine como el de Lucrecia Martel o la literatura, pensando en Selva Almada por ejemplo, están presentes- pero también de su fuerza poética? ¿Quién nos muestra esta Argentina hecha de tragedias ambientales donde la emoción puede surgir esperando un colectivo o escuchando un vecinx? No lo hacen ni las series de Netflix, ni las telenovelas de las cadenas nacionales, ni las letras del pop mainstream o del reggaeton o trap y tampoco los discursos de los partidos políticos. Aimé y Natalia desde un compromiso riguroso saben dar cuenta de su entorno sin romantizarlo. Hacen obras con lo que tienen a mano, o al ojo, revelando de repente todo un contexto y, lo más importante, la manera de salir de allí. Otra vida es posible. La alternativa ya existe. Si la fotografía puede librarse de productos tóxicos y ser inventiva y humana, ¿por qué no lo podría ser la agricultura? Será, para plagiar lo que escribe hoy Yago Franco en Página 12 a propósito de No miren arriba la película que se estrenó en Navidad justamente en Netflix, ¿por qué resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de la agricultura mundializada? Pero Natalia es de las que miran a los ojos y a su alrededor. En Cuerpo social fotografía los cuerpos unidxs esta vez, marchando, protestando, rindiéndose jamás. En la serie de fotos performances A la hora de los murciélagos Aimé baila sola, experimentando con drogas y se saca fotos. El resultado es una serie de imágenes bellas y extrañas, que nos cuentan su relación con la fiesta y la soledad. La artista sabe ser su propia fuente de diversión y esta reivindicación, en un mundo donde la mujer sola está estigmatizada (leer Brujas, la potencia indómita de las mujeres, Mona Chollet. 2019) es ya bastante subversiva.
Aprecie un montón la opción coche-cama para el viaje, recomendada por P., por su confort y privacidad, aún más en tiempo de pandemia. Desesperadamente, el Covid 19 está brotando de vuelta. La película propuesta en la mini pantalla situada arriba de mi asiento es mala (de las malas malas, no de las buenas malas) y me paso el viaje mirando por la ventanilla del colectivo. La noche cae aproximadamente a una hora de haber salido de Rosario, y en la oscuridad, cada luz de camión o de casa brillando en la oscuridad me devuelve directamente a la luz del cigarrillo de Aimé en la performance que realizó aquel día de mi visita, especialmente para mi. Aquella consistió en fumar sola, completamente desnuda y arriba de una escalera, en un pequeño teatro personal tiernamente grandilocuente. En la oscuridad la miré durante unos 3 o 4 minutos jugar con la extremidad encendida de su cigarrillo. En la noche, envuelta por una camisa que por suerte tenía en mi bolso, y que me ayudó a zafar del aire acondicionado demasiado fuerte, siento de nuevo la misma emoción. Estas humildes luces en la noche me dan señales, a mi, solo a mi, señales que no tendría sentido buscar descifrar, señales que hay que aceptar en un estado de contemplación, como un espectáculo a mi medida.
Gracias por las obras, chicas, gracias Desmayo por dar lugar a las primeras muestras de las dos artistas, también por el vaso de agua y la invitación a escribir. Gracias por tu alter-fotografía Natalia, y por último, Aimé, gracias por fumar!