La chispa que enciende la llanura
por Maia Gattás Vargas
ilustración: Celina Eceiza
El 17 de diciembre de 2010 un hombre se prende fuego en Túnez. Intentaba vender naranjas en la calle y la policía confiscó su puesto. Mohamed Bouazizi se autoinmola y con su llamarada prende fuego un país. El 14 de enero el dictador Zine El Abidine Ben Ali deja su trono luego de 24 años y llega la democracia… El incendio en Túnez se expande a los países vecinos: como un efecto dominó crecen los levantamientos populares en el Norte de África y Oriente Medio, y de este gran fuego, nace lo que fue llamado la Primavera árabe. Hoy sólo quedan las cenizas. Mucho se dijo, se vio, se oyó sobre estas revueltas, casi revoluciones, que derrocaron a tres gobiernos: Egipto, Túnez y Libia. Pero no necesariamente adivino la democracia en toda la región, como dice Bifo Berardi en su artículo presente en este libro: «El levantamiento egipcio derrotó y expulsó al tirano Hosni Mubarak, pero no a la tiranía en sí misma».
Pasaron ya 8 años que nos muestran que, inevitablemente, después de la primavera viene el invierno. Pero la herida aún está abierta.
Para comenzar a leer el libro La primavera árabe y el invierno del desencanto recientemente publicado en Argentina por la novedosa editorial Ripio, debemos trazar un mapa de lo que desde Occidente se denomina Medio Oriente. Y en ese marco, el primer texto clava bandera: «2011 no es 1968: carta abierta a un espectador» (y podríamos agregar occidental). Allí Philip Rizk plantea el falso paralelismo que se hizo desde los medios occidentales de la Primavera árabe con la primavera de Praga y el Mayo francés. El autor primero se cuestiona a sí mismo en su lugar como representante, vocero o traductor de la revolución en tanto y en cuanto es un ciudadano de clase media que habla inglés. Y, posteriormente, crítica como «internet ayudó a crear un aura absoluta de familiaridad». Pero, argumenta, 2011 no es 1968, porque es una lucha contra el neocolonialismo y su única ideología es la desesperación.
Debemos, entonces, tratar de intentar trazar un mapa que no sea orientalista-término que acuñó el intelectual palestino Edward Said- un mapa que no sea dibujado por nuestras manos y ojos occidentales. Quizás donde el norte no este arriba, como planteaba el artista uruguayo Joaquín Torres García, o quizás donde podamos ver las relaciones e interconexiones entre África y Oriente Medio, pero ¿cómo no pensarlos desde nuestras propias coincidencias como latinoamericanxs? Aún pensando que somos tan lejanos hay varios puntos de contacto. O ¿Cómo no advertir el neo-colonialismo yanquee-europeo que también fogoneó esa primavera? Por lo pronto, este libro nos otorga un mapeo de distintos artistas contemporáneos, grupos periodísticos y colectivos artivistas de la región que piensan la compleja trama en la que se encuentran insertos a raíz de los intentos de revolución.
Estos textos heterogéneos, compilados por Anthony Downey, editor de Ibraaz, buscan replantear cómo se procesa la cultura visual que la que estamos inmersos hoy. En el libro también hay dos inserts de imágenes de obras de distintos artistas, entre ellas «La revolución pixelada» del libanés Rabi Mouhré (quien recientemente amagó con venir a la Argentina y nos quedamos con las ganas…).
A medida que avanza la lectura vemos una diversidad de posiciones que oscilan entre todos los medios grises de las iniciáticas posturas en torno a los medios que anunciaba Umberto Eco: las apocalípticas y las integradas. Quienes depositan en ellos una esperanza cuasi revolucionaria y quienes los rechazan por considerarlos un eslabón más de la cadena de montaje occidental capitalista. Por ejemplo, en el artículo «Ciudadanos que informan y la fabricación de la memoria colectiva» los autores se preguntan por el rol de la web 2.0 y el peligro de confundir la Primavera árabe con un «alzamiento global colectivo e interconectado» y de que la estética de la resistencia y de la protesta las deje sin potencia crítica. Pero, al mismo tiempo, rescatan algunas experiencias, como el colectivo de cine Mosireen que nace de las proyecciones nocturnas en la Plaza Tahrir de El Cairo, epicentro de las manifestaciones de 2011. Un lugar emblemático ya que en ese espacio, el 28 de enero de 2011 el artista egipcio Ahmed Basiony murió baleado por francotiradores en una protesta. Ese mismo año, pos-mortem, representó a Egipto en la 54ª Bienal de Venecia. La propuesta de Mosireen es por un cine civil. Toman, literalmente, la proyección como un arma de batalla. Proyectar significa lanzar hacia adelante, como se proyecta una bala o un misil, se proyecta también, una película.
Otros autores analizan cómo el periodismo ciudadano ha generado su propia estética, la de la cercanía y la inmediatez, que se traduce en «encuadres incoherentes, cámara en mano y pixelado» como menciona en su artículo Laura Marks, quien se pregunta por la «estética de la baja resolución» y esto no es necesariamente una debilidad-recordemos el texto «En defensa de la imagen pobre» de Hito Steyerl que rescataba estas virtudes de la imagen digital-. Marks analiza obras de artistas árabes que toman la falla técnica, propia de las imágenes digitales comprimidas, para crear preguntas sobre la memoria y el olvido. Tal es el caso de lxs artistas libaneses Rania Stephan y Roy Samaha. Esta utilización de la baja calidad nos enfrenta a replantearnos cómo se construye la verdad periodística hoy en día, ya que incluso los grandes conglomerados mediáticos, aún teniendo los recursos disponibles, comienzan a imitar esta estética de la inmediatez. Y nos lleva a preguntarnos cómo se construye la verdad artística, donde ya no se depende de un componente de técnica o calidad.
Leer este libro en octubre 2019 nos obliga a pensar en Chile, en Ecuador, en Bolivia, en toda la gente que está tomando las calles hoy en las complejas y contradictorias democracias de Latinoamérica. De hecho en los último días Prensa la libertad sacó un afiche que dice: que arda la primavera latinoamericana. Nos hacen pensar también en los medios de comunicación que insisten en plantear un único punto de vista, en los intentos, cada vez más frustrados, de censura y en el periodismo casero que circula por whats´apps y redes sociales, con imágenes hechas en la urgencia, potencia de ser la chispa que enciende la llanura.